Frans van den BroekÂ
                                                                     I
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Siempre voy a Finlandia como quien emprende un peregrinaje. Utilizo esta palabra con la cautela que requieren los préstamos de términos religiosos, pero es difÃcil encontrar otra palabra que concentre la riqueza semántica que quisiera evocar al describir las visitas que hago a mi hija cada tres o cuatro meses. Esta riqueza supone la existencia en nuestra vida de aspectos a los que no cabe sino cualificar de sagrados y quiero creer que uno de los ámbitos que más merecen esta cualificación tiene que ser el amor paterno-filial, por lo menos en lo que atiene a sus caracterÃsticas más esenciales, aquellas que nos comprometen de modo más intenso y que afectan aquella zona de nuestro ser, cualquiera que fuera, que es responsable de nuestras virtudes más nobles y nuestras aspiraciones más humanas, allende las imperfecciones a las que este tipo de relación también es susceptible. Es difÃcil imaginar qué otro tipo de relación humana se podrÃa acercar a esta cualidad cuasi numinosa, aunque soy parcial en este juicio y sé que la abnegación y la entrega se dan en todas partes y en mucha mayor medida de la que reconocemos de modo cotidiano. La miseria moral también existe, sin embargo, y en medidas que nadie puede exagerar, pero la comprobación de estos polos de experiencia primaria es quizá la base para la distinción que se ha hecho desde tiempos inmemoriales entre un ámbito de lo sagrado y otro de lo profano. Nuestro mundo moderno es un mundo desacralizado, y con muy buenas razones, si pensamos en el avance de la ciencia y en el antiguo monopolio ilegÃtimo de lo sagrado por instituciones de poder, como la Iglesia o los estados teocráticos, que hicieron de lo sagrado letra muerta y simple instrumento de condicionamiento y opresión. Pero es propio de toda vida humana, al menos de toda vida humana que ha podido acceder a un normal desarrollo psico-social -que no ha sido abotargada por la indigencia, la injusticia, el totalitarismo-, el reconocer en este universo profano ciertos ámbitos de experiencia que se distinguen del común por una mayor intensidad, o profundidad, o fulgencia interior (las palabras padecerán siempre cortedad ante estos fenómenos) y que nos impelen a considerarlos superiores, pertenecientes a otra dimensión de existencia y que quisiéramos que funjan de referencia o de marco mnémico con el que orientarnos en medio de la confusión o grisura de los hechos. Habrá quienes consideren al arte y sus emociones el mejor candidato para merecer reemplazar lo sagrado religioso, otros han visto en ciertas ideas polÃticas la expresión del destino más sagrado del hombre, como el marxismo o el nacionalismo, y habrá muchos que han concedido a la tarea cientÃfica el honor de esta denominación, si bien usando términos distintos al de lo sagrado. Como fuera, siempre he preferido mitologÃas más humildes y experiencias más elementales, y es por ello que reservo el término para mi simple amor paternal, para las fugitivas risas de mi niña, para sus abrazos y cantos, para mis cortos dÃas cerca del cÃrculo polar ártico. No sólo para ellos, pero recién llegado de nuevo a su tierra no puedo evitar la comparación y recordar que son pocas las experiencias que nos hacen sentir que la vida no es sólo una labor farragosa que se acaba demasiado pronto y en la que es poco lo que podemos hacer para encontrar significación o altura, sino un viaje también, una peregrinación hacia nuestros lugares sagrados, que pueden estar donde uno menos lo esperaba o tan cerca como el aire que uno respira.
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Todo esto suena cursi y ampuloso, por supuesto, pero quienquiera que sea padre o madre sabrá, sin necesidad de palabras, a lo que me refiero. Sé que los más escépticos o los de mentalidad más cientÃfica apelarán a los genes compartidos o a la egoÃsta necesidad de cariño, y hasta recordarán las atrocidades que pueden cometer los padres con sus hijos en determinados casos, o simplemente evocarán el agobio que no dejan de producir padres demasiado obsesivos. Todo esto es cierto, pero cierta obstinación nacida de la experiencia me indica que lo otro también lo es, que a pesar de las complejidades y carencias que toda relación humana comporta, el vÃnculo paterno-filial (en sentido general, que incluye a las madres, por supuesto, o más bien dirÃa, sobre todo a las madres) tiene que ser una de las formas más nobles de relación humana, en posesión de la cualidad que no he podido sino llamar de lo sagrado, aunque la palabra sea controversial y hasta equÃvoca. El lector puede suplir su propio término, alguno sin las connotaciones religiosas que quizá entorpecen la semántica del que he escogido yo. Los hechos cambiarán poco para mÃ: a Finlandia vengo en peregrinaje, por amor, responsabilidad, comunión y liberación. Esta última palabra la incluyo recordando aquellos versos de Miguel Hernández cantados por Serrat: «tú risa me hace libre, me pone alas», que todos recordarán, o al menos aquellos que alguna vez escucharon los viejos discos del mismo, o leyeron al poeta. Más cursi, imposible, claro está, pero es navidad, es Finlandia, y es mi hija. Poco puedo hacer para evitarlo.
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                                                                      II
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Hay otra razón por la que puedo hablar de peregrinaje, si un peregrinaje es un viaje emprendido hacia algún lugar de Ãndole sagrada o superior. Finlandia es uno de los paises con más naturaleza prÃstina de Europa occidental, y si en nuestro mundo secular existe algo que está adquiriendo intangibilidad y respeto es la naturaleza. Este es otro de aquellos ámbitos que suelen elevarse por encima de las trivialidades de la existencia cotidiana: la belleza natural y sus placeres. Es verdad que nuestro amor actual por la naturaleza tiene más de creación romántico-literaria que de instinto natural, pero como con la paternidad, tras los velos de la cultura o el interés es posible barruntar una atávica adoración por el cosmos en todas sus manifestaciones.
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También en este tema es fácil deslizarse hacia lo cursi y meloso, como hacen con frecuencia los ideólogos más poéticos del ecologismo o sus congéneres nativos. Durante años he debido sufrir los discursos de algunos de mis compatriotas, por ejemplo, quienes una vez en Europa descubrieron que podÃan decir lo que quisieran y contar con la buena fe de los europeos, sobre todo los germánicos y los nórdicos, y se pusieron a enhebrar historias sobre el alma indÃgena originaria y el contacto del indio con la naturaleza, incluso escenificando supuestas sesiones de shamanismo light en la que se invocaban los espÃritus de las montañas y de los rÃos. En cierta ocasión, uno de estos shamanes, que se negaba a hablar con peruano alguno que no hablara el quechua y se habÃa hecho llamar Atahualpa, se dio el lujo de dejar los espÃritus guardados en cierta dimensión astral hasta la próxima sesión (y la próxima gringa que se dejara encandilar por sus encantos, me imagino), prestos a volver bajo su comando. Su shamanismo, creo recordar, lo habÃa aprendido en la facultad de antropologÃa de la universidad de San Marcos de Lima, y su verdadero nombre era Frank (por el famoso Beckenbauer) Teófilo (por el famoso Cubillas, ambos jugadores de fútbol de los años 70). Tengo suficiente experiencia de los campesinos de Perú -mi madre procede de un pueblo del norte de la sierra peruana- como para saber que, si bien es cierto que respetan la naturaleza y hasta a veces adoran a los Apus o dioses de la montaña en rituales remanentes de lo que alguna vez fue una religión animista orgánica, lo que más desean es a menudo un tractor importado o semillas resistentes y, si acaso, un camión para transportar la cosecha a menor precio o hasta un buen pestilente. LamentarÃan, como cualquiera, que se destruya la naturaleza, pero no todos dirÃan que no si alguien les ofrece un buen puesto de trabajo en Lima a cambio de su terreno de cultivo para construir un horrible hotel de cinco estrellas en su lugar. Ellos también tienen que alimentar a sus familias y es difÃcil adorar a la naturaleza con el estómago vacÃo. Por ello hay más turistas alemanes o ingleses recibiendo el sol semidesnudos en Machu Pichu que descendientes reales de Atahualpa.
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En Finlandia, como en todo lugar donde la naturaleza es omnipresente y sujeta a extremos inclementes, se cultiva también el amor por la naturaleza, pero sin los cacareos románticos de nuestros intelectuales. El finlandés, poco dado a efusiones emotivas, tampoco lo es en este terreno. En verdad, es más difÃcil huir de la naturaleza que estar en ella. No faltan las ciudades modernas y los seres ultra urbanizados, pero por donde se mire se topa uno con los bosques eternos, los miles de lagos, el cielo abierto o amenazante. Aunque su mismo canto épico, el Kalevala, es de inspiración animista, aunque adoren sus bosques y lagos, aunque estén dispuestos a defender con su sangre esta tierra inmensa, cosa que han hecho varias veces, el finlandés no deja de ser práctico y de sostener con la naturaleza una relación de maridaje sensato, más de conveniencia que de pasión. Se talan los bosques, como se ha hecho desde milenios, pero también se aseguran de plantar nuevos. Tienen varias reservas naturales de inusitada belleza, pero el otro dÃa un oso se acercó demasiado al pueblo de mi hija, lo llevaron de vuelta a la naturaleza, se le ocurrió volver y le metieron un tiro, para evitar el peligro que representarÃa para la población. A veces aparecen lobos por allÃ, pero han sido eliminados de las zonas cercanas a las ciudades. Los finlandeses practican la caza masivamente, pero en cuotas muy restringidas, para asegurar la conservación de los alces. Y como sabrán los más enterados, su parlamento aceptó el uso de energÃa nuclear para solventar sus carencias energéticas y depender menos de vecinos poco fiables, como Rusia. Y que yo sepa, será difÃcil encontrar algún finlandés, como no sea entre los lapones, que se declare shamán. Si a alguien se le ocurre invocar al espÃritu de los bosques, será recibido con la indiferencia silenciosa con que el finlandés recibe los absurdos ajenos.
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Pero, a pesar de su practicidad, el finlandés está formado por su conexión con el mundo natural. La bisabuela de mi hija era una persona religiosa y preocupada por problemas morales, pero no iba jamás a la iglesia. SolÃa decir que no lo necesitaba, porque el bosque era su iglesia y el silencio que hallaba entre los árboles, su rezo. Era una persona alegre y fuerte, que estoy seguro hubiera podido quebrar mi mano con sólo estrujarla un poco, acostumbrada al trabajo y a las durezas de la vida. Esta es una de las maneras que tienen los finlandeses de seguir en contacto con la naturaleza, por cierto, la de ser capaces de proveerse de ella en cualquier momento. Si se desatara una catástrofe ecológica por la que tuviéramos que prescindir de todos los lujos de la civilización moderna, como la electricidad, estoy seguro que más de la mitad de Europa perecerÃa por simple falta de conocimiento. Finlandia, casi entera, sobrevivirÃa, por la sencilla razón de que son capaces de construirse una cabaña, de cazar un alce, de pescar y de arar, y de protegerse del frÃo y las alimañas. No todo el mundo de igual manera, por supuesto, pero el que menos se ha ensuciado las manos alguna vez con un hacha, o ha hecho un hueco en el hielo para pescar a veinticinco grados bajo cero. ¿Cuántos de nuestros niños aprenden a pescar o a hacer un fuego de un par de leños secos? Nuestra relación con la naturaleza es más bien turÃstica. La del finlandés es real, hecha de respeto y de inteligencia tecnológica básica.
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Aunque el que escribe es incapaz de construirse una cabaña, sà que he sentido la ominosa sensación que acompaña al adentrarse en un bosque de aquellos que imaginaba serÃan los bosques donde andaban Caperucita y el Lobo, una sensación hecha de arrobamiento, de asombro y, quizá aún más, de miedo. En la inmensidad del bosque es fácil perderse y sólo quien ha estado metido en esta inmensidad sabe del frágil velo que separa la vida de la muerte en estos lugares. No es extraño que algunos finlandeses todavÃa se pierdan de vez en cuando, tal vez desorientados por el vodka o por un exceso de vida urbana. Pero a pesar del miedo que me puedan inspirar estos lugares, siempre quiero volver, a apreciar su belleza, y a recordar también que alguna vez los ancestros de mi hija vivieron entre estos árboles inmensos y venerables, conscientes de que detrás de cada promontorio, de cada recodo del rÃo o de la quebrada podÃa esconderse el oso o el lobo que acabarÃa con sus vidas. A mà volver a Finlandia me sirve también como una forma de rememoración de un pasado no demasiado distante que la tecnologÃa ha alejado hasta el olvido.
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                                                                     III
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La navidad, que es también, a su distante manera, la celebración de una naturaleza afÃn a la de Finlandia (allà están el árbol y la nieve, los alces y Santa Claus, los muérdagos y las bayas) la pasaré con la familia de mi hija, con sus tÃos, con sus abuelos, con sus primos, todos gente amable a los que el hecho de haberme separado de la madre de mi hija no impide el considerarme como parte de su familia, a la manera parca en que se relacionan los mismos finlandeses. Se abrirán regalos, se beberá glög, se reirá ante las risas de los niños, como en todas partes. Pero no puedo sustraerme a la idea de que aquà la celebración está más cerca al espÃritu original animista que subyace a la celebración navideña que las navidades que he celebrado en otras partes. No es que aquellas otras me sean menos queridas o peor recordadas, todo lo contrario. Pero es en medio de lagos y de bosques que puedo imaginarme mejor la noche de paz navideña, con una familia reunida que ni siquiera es mi familia, pero a la que reunirse todavÃa representa un hecho significativo y no la continuación de costumbres que se repiten a lo largo de todo el año. Pero es sobre todo porque aquà está mi hija, huelga decirlo, por lo que mi navidad tiene sentido en estas latitudes. Tanto ella, como el que escribe, les desean a los amigos de Debate Callejero, unas muy felices navidades en fiñol y un fructÃfero año nuevo, cualquiera que fueren los pesares y las crisis, siempre en el espÃritu crÃtico que caracteriza a este blog:
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Hyvä joulu (o sea, Feliz Navidad) y un muy feliz uutta vuotta (o sea, año nuevo)
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Queridos amigos y amigas, debido a que el dÃa se da a dedicarlo a la familia, y a que ando atareado con los últimos preparativos para el viaje a mi localidad natal, para pasar Nochebuena y Navidad en casa de mis padres, aprovecho brevemente para desear a todos felicidad, paz y salud en estos dÃas festivos y seguro entrañables para todos.
Un fuerte abrazo: Jon Salaberria
… Y a mà me queda un extraño desasosiego, un regusto amargo difÃcil de justificar. Porque, a fin de cuentas, ¿quién es para mà Frans Van de Broek? Sobre todo, ¿a qué esta confusión, cuando no soy más que un lector hipnotizado? Pero permanece esa rara incomodidad, que sospecho procede del desgarro de una separación imposible de digerir, tantas veces mencionada, nunca explicada.
Nga mihi o te tau hou. Meri Kirihimeti.
Pues eso, que felices fiestas solsticiales, para todos, sea cual sea su credo.
Un saludo y que el año que viene sea como mÃnimo tan bueno como el que termina.
Buenos dias Frans van den Broek ,caballewros callejeros y cabelleras al viento:
¡¡Felices Fiestas!! compartan sus alegrias y sus penas de la mejor forma posible.
Que esta Nochebuena no les de mucha resaca ,guarden alguna neurona sana par disfrutar la Nochevieja.
Disfruten con los suyos ,tanto como yo disfruto con los mios.
¡¡Salut i força es canut!!….JAJAJA…que nervios.
Por cierto ,el gran espacio en blanco que hay despues del articulo,debe ser la nieve,que nos separa…¿no?….tendremos que usar «cadenas»…supongo…jeje.
Comparto con Teoura el desasosiego extraño, el amargo regusto difÃcil de justificar y la condición de lector hipnotizado después de leer esta carta fiñolesa. Me imagino a Van den Broek, a quien no conozco, en el bosque con su hija y siento mucho la separación que les llegará otra vez después de estas navidades.
Y aunque no lo entiendo, también copio a Teoura y les digo «Nga mihi o te tau hou. Meri Kirihimeti», porque estoy seguro de que es algo bueno.
Van den Broek, siempre brillante, me parece hoy especialmente oportuno. Qué gran lujo leer algo asà en el dÃa de nochebuena.
Felices fiestas a todos.
El artÃculo de hoy casi es un cuento navideño con su puntito de tristeza.
Bueno, felices fiestas a todos y que el próximo año el déficit público sea generoso con vosotros.
Preciosa felicitación navideña que nos ofrece Van Den Broek. TÃmidamente nos insinua que la relación paterno-filial tiene algo de sagrado. Mi padre me decÃa que es la relación mas desinteresada que existe. Mas bien por el lado de los padres, claro. Porque los hijos mas bien tienden a pensar que la generosidad de los padres, la dan sin que les cueste nada. Como Van den Broek nos señala, existen miles de ejemplos de todo lo contrario, padres que explotan a sus hijos, que los venden para vivir un poco mejor. Los minerales tienen tendencia a cristalizar, pero para hacerlo necesitan condiciones fÃsicas poco frecuentes. Por ello hay tan pocas muestras de minerales critalizados en la naturaleza. Opino lo mismo respecto a los humanos, aunque quizas no sean necesarias condiciones ambientales tan extremas. Lo normal es que los padres se desvivan por sacar a sus hijos adelante, pero para ello es necesario que tengan un nivel suficiente de desahogo material. Tambien si el entorno material es de mucho lujo, los padres tienden a confundir la generosidad que desean dar a sus hijos con la entrega continua de regalos y dinero. Cuando los hijos se hacen mayores empiezan a calibrar que el esfuerzo que hicieron por ellos sus padres es muy de agradecer y se invierte el sentido de la generosidad poco a poco. Es un ciclo sagrado muy bello de explicar, pero que en los casos concretos de la realidad se cumple muy defectuosamente.
Van den Broek siente admiración por los bosques de los climas templados y , por ello, tiendo a suponer que en cambio los bosques amazónicos no le sugieren los mismos sentimientos de belleza y sacralidad. Es vÃctima como yo de muchos siglos de cultura europea que nos impregnan hasta el tuetano.
Felices fiestas a todos bien sean solsticiales, sagradas o animistas.
Entraba fugazmente a desear a todos los callejeros unas felices saturnales…y me he quedado pegado al artÃculo de Frans van den Broek.