Julio Embid
Soy socio del Atleti. Sí, a pesar de ser maño y vivir en Zaragoza, soy aficionado del Atlético de Madrid desde hace un porrón de años, seguramente por haber pasado mi juventud en Carabanchel y las mejores alegrías de mi vida en el estadio Vicente Calderón, donde acudíamos a millares los que gustan de fútbol de emoción. Ser del Atleti es de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Eso sí, jamás me verán decir tacos, ni insultar al árbitro o al equipo rival, ni tan siquiera al otro equipo de la capital, seguramente porque mi padre, socio del Real Zaragoza desde hace la tira de años, jamás lo ha hecho. Al fútbol uno no va a insultar o a pegarse. Se va a animar y a comerse un bocadillo frío. Y a disfrutar si gana tu equipo, y si pierde, pues la semana que viene habrá otro partido.
En el Colegio Mayor de Madrid donde estuve hace 23 años estudiando, tuve un compañero de habitación que era ultra de un equipo de fútbol. Sólo leía una revista llamada Superhincha o Superultra o algo así donde hacían reportajes a peñas ultras de equipo de fútbol tapando la cara de los protagonistas en las fotografías o con bufandas y pasamontañas para que no sé les reconociese. Un día le pregunté que si no hacían nada malo, ¿por qué llevaban la cara cubierta? “Para no tener problemas con la policía. Con las otras peñas sí queremos tener problemas”. Lo más curioso es que en aquella España pre-móviles con internet y pre-whasap las quedadas para hostiarse antes de los partidos de fútbol se hicieran mediante anuncios en esa revista o en foros de internet. Mi compañero de habitación que más de un lunes vino con el ojo morado de algún desplazamiento de su equipo decía siempre: peor han quedado los otros.
Ya entonces se decía que la afición más peligrosa de todas era la del Frente Atlético, un nombre copiado del Frente de Juventudes de la Dictadura, del que procedían muchos de sus fundadores en 1982. Un grupo muy grande de nazis que copiando las barras bravas argentinas o italianas habían convertido la violencia gratuita en un negocio muy lucrativo. Aparte de la venta de merchandishing en los alrededores del Calderón, raro era el partido en casa donde no robasen la cartera y las bufandas a algún aficionado visitante. También extorsionaban a los jugadores y se sabe que alguno como el capitán Kiko Narváez se hartó de ellos y lo paró. Ah, y siempre luciendo simbología ultraderechista y cantando el Caralsol. En 1998 unos miembros del Frente Atlético asesinaron de una cuchillada a Aitor Zabaleta, un aficionado de la Real Sociedad que había venido pacíficamente a Madrid con su novia a pasar el fin de semana. Imagino que ya hace días su asesino probado estará en la calle tras cumplir su pena. En 2014 pasó lo mismo con un ultra del Depor, en la orilla del Manzanares, el cual había quedado con su peña para pegarse con los locales en la zona de las terrazas enfrente del estadio. No se lo merecía. Nadie merece morir por ser gilipollas y lo suyo también fue un crimen.
Miguel Ángel Gil Marín, en 2014, declaró que iba a expulsar completamente al Frente Atlético del Calderón y como pudimos ver este domingo en el Metropolitano, no fue así. De hecho, muchos chavales del Frente en el 14, estarían haciendo primaria en el colegio. Y cuando lo de Zabaleta ni habrían nacido. Pero el Frente Atlético sigue existiendo y sigue vendiendo merchandishing aunque oficialmente sean la Grada de Animación del Fondo Sur.
El entrenador del Atleti, Diego Pablo Cholo Simeone se equivocó completamente cuando empezó a poner peros. Estamos en contra de la violencia pero… Habría que sacar del estadio a los que lanzaron mecheros a Courtois pero. Ha habido que suspender el partido cuando ha marcado el Madrí pero… No hay peros que valgan. Durante toda la semana en redes sociales el Frente, ahora como hace 23 años, había pedido que fueran con mascarillas y pasamontañas a sus miembros y que le quitasen el móvil a cualquiera que grabase. Vuelvo a pensar que pocas cosas han cambiado. Y que la Familia dirigente poco o nada ha hecho excepto cambiarles el nombre. Y tal vez la Liga debería tomar más medidas contra el club. O se va el Frente o no hay público en las gradas.
Sólo duré un año en el Colegio Mayor. Al curso siguiente a piso de estudiantes con chavales de fuera que iban a mi clase y hoy siguen siendo mis amigos. Y sigo siendo del Atleti.
Buenos días Julio Embid,caballeros callejeros,cabelleras al viento sin coletas ,y a lo loco,cazadores de bulos varios y empanadas mentales chamuscadas…jeje.:
Lo de los fondos Sur,en los estadios es la parte más visible de lo que es el fútbol:
“el fútbol es un ritual de sublimación de la guerra y en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos”.
Vaya como El actual Parlamento español
«un ritual de sublimación de la guerra y en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos”.
En fin…al Barça le han puesto una multa por la exhibición de una bandera nazi de su hinchada en su partido contra Monaco.
Lo del último Derby en Madrid va más allá de grupos nazis de ultra derecha.
Fue el fenómeno de los ‘hooligans’ el que desencadenó las tragedias en los estadios de Heysel (Bélgica) en 1985, que dejó 39 muertos, y de Hillsborough (Inglaterra) en 1989, con 96 víctimas mortales, e hizo que el balompié inglés tocara fondo.
Es increíble que en un país como Inglaterra tuviera que morir tanta gente, para que en 1989 se tomara la decisión de erradicar la violencia que azotaba al fútbol desde los años 60. Pero se consiguió. ¿Cómo? Gracias a unas drásticas decisiones en las que participaron el Estado, la Policía, el fútbol y la empresa privada.
1. El Estado entendió que debía atacar el problema de raíz
El Gobierno de Inglaterra ordenó en 1989 una investigación a fondo, luego de la cual entendió que la violencia de los ‘hooligans’ era un fenómeno sociocultural del país y no del fútbol.
La inexistencia del núcleo familiar, o en otros casos la ruptura, fueron identificados como dos de los principales generadores de ese tipo de violencia.
2. Se crearon leyes contundentes para penalizar a los violentos
En 1990 entraron en vigor medidas judiciales para acabar con los violentos. Se aprobó prohibir el ingreso hasta de por vida a los estadios a los hinchas más peligrosos y penas de cárcel a quienes violaran normas establecidas, entre ellas la prohibición del porte de armas y el consumo de alcohol y/o de drogas.
3. Multas y sanciones para todos los estamentos de la sociedad
Las medidas judiciales no se hicieron solo para los violentos, sino que involucraron a toda la sociedad. Por ejemplo, si las autoridades capturaban en el metro, un tren o un avión a un ‘hooligan’, o a un grupo de ellos, la empresa transportadora recibía multas y sanciones de diversa índole.
4. Creación de cuerpos elite especializados de la Policía
Nacieron grupos elite de la Policía que se especializaron en combatir ‘hooligans’ y manejar las masas en los estadios. Además hubo agentes secretos que se infiltraron entre los ‘hooligans’ para conocer su modo de vida.
Así pudieron judicializarlos: dieron 35 penas perpetuas y se creó una lista de unos 5.000 barras bravas con prohibiciones.
5. Los clubes especializaron a su personal de logística
Los 92 clubes de la FA (Asociación de Fútbol de Inglaterra) formaron grupos de logística, llamados ‘Stewards’, a los que especializaron en relaciones públicas y manejo de masas.
El objetivo fue disminuir paulatinamente la presencia de Policía uniformada en los estadios (llevarla afuera y a los alrededores) y aumentar el de logística.
6. Se unificaron los criterios de seguridad en los estadios
Las medidas de seguridad en los estadios fueron las mismas para todos, pero cada uno creó su propio plan de emergencia, según la clase de partido por jugarse.
Para ello, se tuvieron en cuenta la estructura del estadio, su ubicación, aforo, cantidad y calidad de los accesos. Además se ordenó quitar las mallas y los muros de contención.
7. La mejor tecnología debe estar al servicio de la seguridad
La creación de circuitos cerrados de televisión para ubicar cámaras en lugares estratégicos de los estadios, así como la implantación de modernos sistemas de identificación de los hinchas (lectores de huellas digitales y amplios bancos de datos, entre los más importantes), fueron los puntos clave de tecnología para mejorar la seguridad. Para cumplir con este propósito hubo que adecuar todos los escenarios.
8. Silletería para todas las tribunas de todos los estadios
Ubicar sillas en todas las tribunas de todos los estadios, y numerarlas, no fue una decisión que se tomó solo para darle comodidad al aficionado, sino como un factor importante de seguridad, porque así el personal de logística pudo identificar quién estaba sentado en qué parte.
Esta decisión se tomó en 1990 y la FA les dio un plazo de 9 años a los 92 equipos afiliados para reestructurar sus estadios o para que construyeran uno nuevo.
9. El Estado otorgó créditos a los equipos para adoptar medidas
En 1990, con el fútbol quebrado y la violencia rampante, el Gobierno de Inglaterra decidió que para que las medidas adoptadas surtieran efecto, también había que financiar a los equipos, pues la inversión era enorme.
Así fue que otorgó créditos y además propició la vinculación de la empresa privada para ofrecer patrocinios, así como de la televisión, que empezó a transmitir los partidos de forma masiva.
10. La carnetización para conocer antecedentes judiciales
Una medida clave fue carnetizar a todos los integrantes de las barras, no solo para identificarlos, sino para saber si tenían antecedentes judiciales y además no podían entrar a los estadios.
Hubo ‘hooligans’ que debían presentarse en una comisaría durante la disputa de un partido. El hecho de incumplir esta ley les generó castigos incluso peores que cometer actos violentos o de vandalismo.
En este extracto de una crónica de un periódico colombiano se explican medidas que al igual que en nuestro país se han adaptado con distintos grados en muchos estadios del mundo.
Me consta que el Athletic de Bilbao se ha propuesto endurecer las sanciones a sus hooligans ,
El escándalo ha parido un ratón: ridículas las sanciones impuestas.