Juanjo Cáceres
Dicen algunas voces que la mejor transparencia es la que no es intencionada. O, dicho de otro modo, la mejor transparencia es la involuntaria, aquella que se produce pese a la voluntad de no ser transparentes.
En mi opinión, los compromisos públicos con la transparencia deben ser elogiados. Cuanto mayores obligaciones de transparencia existen, más vías hay de conocer el trabajo que realizan nuestras administraciones, de explorar los detalles sobre procesos en curso o de acceder a procedimientos de reclamación y denuncia. En la mayoría de los casos su implementación no responde a la voluntad del poder político que pone en marcha los mecanismos de transparencia, sino a disposiciones de ámbito superior que obligan a adoptarlos. Ello tiene como resultado que, muchas veces, su operatividad, eficacia y utilidad se sitúen a veces por debajo de lo necesario. Pero la transparencia no depende tan solo de la voluntad de ser transparentes. Por eso existen profesiones, como el periodismo, que entre sus principales atribuciones se encuentra, no solo el narrar lo que sucede para que se entere todo el mundo, sino también hablar de aquello que permanece oculto por voluntad de sus protagonistas.
Puede ocurrir a veces, en el ámbito particular, que seamos invitados a ser un poco menos transparentes. Si de repente nos convertimos en protagonistas de una riña, que exhibimos ante terceros, es probable que alguno de sus espectadores nos anime a resolver la disputa en privado y a no seguir montando una escena. Lo cierto es que las situaciones agresivas, aunque las protagonicen otros, nos violentan, y al vernos afectados y al generarnos esa desagradable sensación, preferimos apartarnos o apartarlas de nuestra mirada.
¿Pero qué ocurre cuándo los protagonistas de una escena son personajes públicos y hacen uso de los recursos comunicativos de que disponen, para exteriorizarla a toda la ciudadanía? El conflicto entre Podemos y Sumar nos ha dado una muestra de hasta dónde puede llegar el encarnizamiento, con el único fin de causar daño público al adversario. Y si bien este tipo de confrontaciones dañan nuestra sensibilidad, también nos permiten asistir en vivo y en directo a las verdaderas relaciones que existen en el ámbito de la política. Unas relaciones entre elementos diferentes, cuyos desencuentros se ponen de manifiesto casi siempre en salas privadas, pasillos poco concurridos o, ocasionalmente, en las calles. Sobre todo, cuando alguna reunión se alarga más de la cuenta y los gritos continúan en la salida del edificio donde ha empezado la trifulca.
¿Queremos esa transparencia o no la queremos? ¿Queremos seguir imaginando la realidad de forma aséptica o queremos conocer realmente cómo son las cosas? Parece haber ahí un poco de todo. Por un lado, queremos humanizar las relaciones que suceden en lugares que nos parecen difíciles de alcanzar y en los que parece ser necesario tener cualidades especiales para llegar. Pero por otro, tanta transparencia nos desanima, nos hace darnos cuenta de que la gente es menos de lo que parece o incluso que son como tú y como yo. Y eso en el mejor de los casos, porque lo cierto es que también pueden ser mucho peores.
A veces la decepción puede ser tan grande, que somos incapaces de seguir mirando las cosas del mismo modo. Saber lo que realmente ocurre tiene un alto precio, que, por poner un ejemplo, estos días están pagando todos los simpatizantes y militantes de Esquerra Republicana de Catalunya, que tenían una visión idílica de su partido y ahora se dan de bruces con la trama de los carteles y las prácticas y estrategias comunicativas que se movían desde su subsuelo. La verdad es que con una cierta mirada retrospectiva podríamos identificar en ERC prácticas comunicativas que hacen sospechar del gusto por las tácticas sucias y éticamente reprobables; o, cuando menos, actitudes comunicativas muy agresivas, de las que algún eminente representante público ha dejado un amplio testimonio en sus redes sociales. Si a todo ello añadimos la previsible reacción de sus principales referentes, en forma de sorpresa, desconocimiento o indignación, queda claro, también, que el arte de la transparencia está reñido con el arte de fingir.
Pero si cuando nuestros cercanos riñen solo tenemos un pensamiento que podemos resumir en dos palabras (“tierra trágame”), es plausible concluir que cuando personajes públicos del ámbito de la política se pelean, también queramos alejarnos lo más rápidamente posible de ellos. Por lo tanto, surge ante nosotros el riesgo de la desafección, probablemente más intenso cuando la pelea es entre iguales, que cuando es entre adversarios. Esa desafección que se extiende como un manto y que va cubriendo una superficie cada vez mayor de seres humanos…
Buenos días Juanjo Cáceres,caballeros callejeros ,cabelleras sin coletas y a lo loco , cazadores de bulos varios y oidos sordos que no ven más allá de tres en un burro…jeje:
Gracias por el artículo.
Comparto mucho de lo que dices.
A Mr Mulligan le aprecio mucho más de lo que él cree,debe ser porque la distancia nos impide sacarnos los OjOs con la uñas…jeje.
Dicho esto paso a asuntos que tratare telegraficamente:
El problema de los pisos turísticos ,son los clientes que no respetan donde van.stop clientes.
¿Cómo calificar la instrucción del juez Peinado?
«La chulo yo!.
perdón…ejem
¿Cómo calificar la instrucción del juez Peinado?
«Pa chulo yo.».stop Peinado.
…
PP,VOX y JxCat son el futuro de España.
.stop perros de Hortelano.