Juanjo Cáceres
El Debate sobre el Estado de la Nación prácticamente puso fin a un curso político en el que hemos asistido a un profundo cambio de época. En otoño de 2021, no estábamos en guerra y la escalada de los precios se situaba en una escala muy distinta. En ese momento percibíamos un ejercicio 2022 marcado por un fuerte crecimiento, pero llegado el presente todo lo que sentimos es pavor ante una más que posible recesión. Y en lo que a España se refiere, tampoco existía entonces un Partido Popular que cabalgaba dominando las encuestas, aupado por una brillante victoria en las elecciones andaluzas.
Ante un contexto que ya nadie puede disimular, el Debate se ha intentado convertir en una operación de relanzamiento del Gobierno de coalición, mediante una nueva oleada de medidas paliativas que fueron presentadas, sin demasiado sonrojo, como una batería de respuestas profundas y valientes ante a la inflación. Las principales fueron la gratuidad del transporte ferroviario el próximo otoño y el anuncio de dos impuestos, uno a las eléctricas y otro a la banca. Indudablemente, medidas rompedoras, pero con un reverso inquietante. Es más que cuestionable que la gratuidad vaya a conducir a un uso responsable del transporte, puesto que es evidente que el transporte público es intermodal y es verídico que la red de cercanías y, sobre todo, de media distancia, sufre saturación y unas grandes deficiencias de funcionamiento. ¿Podrá resistir esa red un fuerte trasvase de pasajeros, estimulado por la gratuidad y la permanencia del 50% de coste en el resto de sistemas de transportes? ¿Podrá hacerlo sin poner los recursos suficientes para aumentar el servicio, tanto en laborables como en el fin de semana? Dudémoslo.
Respecto a los dos impuestos extraordinarios, llegarán en el próximo ejercicio y habrá que ver cómo se concretan. Su aprobación cuenta con el aplauso del socio de gobierno, pero también con la mirada inquieta del tejido empresarial y financiero español. Porque es verdad que ciertos sectores han alcanzado importantes beneficios, pero también lo es que el incremento de los costes de producción recae también con fuerza sobre las empresas, a causa de la inflación y el encarecimiento de la energía, de modo que sin duda, en ese entorno, habrá ido en aumento la desconfianza hacia un gobierno que todavía se plantea abordar una reforma fiscal que grave aún más a las empresas, así como la preferencia por un gobierno distinto. Y luego ya veremos, más allá de los titulares de primera hora, cuál es la realidad sobre lo que cada impuesto grava y cuál es su capacidad recaudatoria efectiva.
Porque si algo ha quedado claro es que el principal partido del gobierno ha decidido entrar por la izquierda en la recta electoral y en competencia directa con los postulados exhibidos por su socio y por la nueva plataforma de la ministra de Trabajo. El objetivo que se persigue es lograr que la gente note directamente que este gobierno mejora su bolsillo, frente a una imparable escalada de precios, pero no está claro que ello vaya a conseguirse. El diputado Gabriel Rufián dibujó varias veces durante su intervención, con pocas palabras, cuál es el verdadero estado de la nación. Por ejemplo, mediante esta contundente metáfora: “Lo que decimos aquí suena por la megafonía del Club del Gourmet, mientras la gente camina por los congelados del súper”. Es imposible describir mejor, a veces la falta de eficacia, y casi siempre la falta de profundos efectos directos, de muchas de las medidas que han ido anunciándose en los últimos meses.
En efecto, la superficialidad y la búsqueda del aplauso por encima de la eficiencia es uno de los signos distintivos del gobierno actual. Y creo que también es el rasgo que mejor se relaciona con su pérdida de terreno frente al Partido Popular, más allá de la coyuntura. Se han aprobado muchas cosas en los últimos años, algunas absolutamente necesarias en épocas difíciles, como en el momento álgido de la pandemia, que otros no hubieran aprobado. Pero pocas han tenido un carácter verdaderamente transformador, dándose en este sentido tres situaciones: reformas que nunca llegan (regulación de los alquileres, reforma fiscal, etc.), reformas que llegan desfondadas (el mejor exponente es un Ingreso Mínimo Vital, que se queda muy lejos de lo que tendría que ser en cuanto a universalidad, accesibilidad y cuantía) o reformas que sí han sucedido. De estas últimas, yo solo me atrevo a contar como tal la reforma laboral, porque para mí medidas transformadoras lo son solo aquellas que además de ser justas, modifican profundamente las reglas del juego mejorando el escenario. Seis meses de vigencia de la reforma laboral han aportado, entre otros resultados concretos, un incremento del 209% de la contratación indefinida y una caída del 30% de la temporalidad. Esa reducción de la temporalidad ha sido debida a la preservación de los ERTEs, la desaparición de los contratos de obra y servicio y al retroceso de los contratos de corta duración (por ejemplo, del 37% en el caso de los contratos de menos de 7 días), que se han visto frenados por la penalización que recae en el empleador, en forma de cotización extraordinaria a la Seguridad Social, al finalizar un contrato inferior a 30 días, lo que por ejemplo hace muy costoso asumir el mítico contrato de un día.
Podemos cuestionarnos hasta el infinito si los contratos fijos discontinuos están convirtiéndose en un reservorio de temporalidad, si la reforma propicia el aumento de la contratación a tiempo parcial -cosa que yo personalmente no creo y que atribuiría más a la subida del salario mínimo- o si el nuevo marco jurídico será robusto en ciclos económicos adversos como el que viene, pero la relación entre reforma e impacto se cumple. Ahora bien, ser un gobierno verdaderamente eficaz y con sensibilidad social pasa necesariamente por abordar también, por ejemplo, una ambiciosa reforma del mercado de la vivienda en un sentido muy amplio, atendiendo todos los retos (crecimiento del parque público, alquileres, actuación ante las ocupaciones…) o por implementar reformas no regresivas que garanticen realmente la viabilidad de las pensiones.
En cambio, este es un gobierno un tanto perezoso, que antepone muy a menudo el golpe de efecto a corto plazo a la medida a largo plazo, o que no es capaz de legislar por sus dificultades o falta de voluntad para lograr consensos, tal y como se ha visto durante meses en la famosa ley trans y que seguimos viendo en un buen número de anteproyectos o medidas comprometidas en el acuerdo de coalición que no acaban de ver la luz. Sí que se ha convertido, en cambio, en una característica persistente, el que los dos socios se tiren los trastos a la cabeza. El Debate sobre el Estado de la Nación fue una excepción, porque al fin y al cabo el presidente estaba apropiándose del perfil izquierdista del Gobierno y a los otros no les quedaba otra opción más que aplaudir, pero unos días antes asistíamos con asombro a un fuerte duelo dialéctico por el incremento del gasto en defensa, como último episodio de una larguísima lista de desencuentros ventilados públicamente.
Estas debilidades son en buena medida las que hacen fuerte a Feijoo, que frente a la cacofonía gubernamental, el encarecimiento de la vida y la dificultad del Gobierno para poner sobre la mesa un balance reconocible, acaba apareciendo como un recambio válido. Si a ello añadimos la apuesta del socio por construir mediáticamente una alternativa mediante palabras pocos sustanciales (“sumar”, “escuchar”), o por proponer miradas muy largas en un mundo que cambia a gran velocidad (reformar en el plazo de una década, el “nuevo contrato social”), mientras la derecha les pisa los talones, la crisis se acerca y se disputa de forma subterránea la hegemonía ideológica e institucional en el mundo a la izquierda del PSOE, la cosa pinta complicada. Pero eso es algo que veremos sobre todo el próximo curso político. Ahora descansemos de toda esta tropa…
Coincido con la visión del articulista en lo referente a que el debate del estado de la Nación representa el fin de un curso político y que entramos en período vacacional del que se volverá con la mirada fija en los procesos electorales venideros y que serán los que marquen el tipo de actuación a desarrollar por parte de todos los agentes político/sociales.
De las medidas adelantadas en el debate ya he expuesto mi opinión. En unas espero ver como se articulan y en otras, por ejemplo en el caso de la gratuidad del transporte ferroviario, estoy convencido que va a representar más un follón que una solución y que presumo se tratará de corregir estableciendo una recuperación del gasto con la trabas necesarias para que frene el abuso y solo justifique afrontarlas a los que verdaderamante son usuarios de los servicios y no se convierta en un empeoramiento de un servicio que ya acusa deficiencias.
Sobre la llamada reforma laboral ya he opinado bastante. Su eficacia, si es que pretende que frene las cancelaciones de contratos en períodos de decaimiento de la actividad, está por ver. Cuando la actividad aumenta, y es lo que estamos viviendo ahora, el empleo aumenta y hay que utilizar los contratos que la ley dispone para ello. Cuando la actividad decrece, el empleo baja y el paro aumenta, si o si. La reforma no va a incidir en ello, ya que la temporalidad la determina la actividad y no el tipo de contrato.
Ya he comentado bastante sobre el contrato de fijo discontinuo y me estoy haciendo pesado hablando de ello, pero es que mientras más lo pienso menos ventajas le veo y creo que será utilizado por el simple hecho de que es lo que la legislación ofrece como solución, pero que dudo que vaya a tener mucho impacto a la horta de afrontar períodos de recesión económica. Hay sectores en los que ese conectar y desconectar con empleados y en los que suelen ser los mismos siempre, es una solución aceptable. En muchos otros sectores, y en la industria en particular, el fijo discontinuo no tiene mucho interés. Se utilizará como alternativa al contrato de obra o servicio, pero el hecho de que ya se anticipa que la actividad tiene una vigencia corta y más o menos definida, hace que el perfil de la persona contratada tenga que pasar pocos filtros, lo que le perjudica a la hora de considerarlo como solución de futuro permanente. Nadie se va a quedar con alguien que ni necesita ni cumple con un perfil satisfectorio por el simple hecho de no indenmizar, o peor aún, de postergar una indemnización que se irá incrementando en el tiempo con motivo de supuestas reincorporaciones. Si no interesa el operario por su capacitación, mientras más pronto lo liquides mejor. Es absurdo tener que reincorporarlo habiendo otros posibles mejor capaitados por el hecho de que siga en plantilla como fijo discontinuo. La empresa que lo mantenga solo por ahorrar el costo de un despido, que inicialmente será bajo, dice poco de la propia viabilidad de la empresa y por ende del propio puesto de trabajo.
Un par feo servaciones adicionales:
– Según Airef, hay 400.000 hogares con derecho al IMV que no lo están disfrutando. Solo lo hace el 40% de potenciales beneficiarios. La eficiencia…
– El nuevo modelo para los autónomos si es una reforma de calado, porque ataca tres cuestiones clave: rebaja las cuotas a los autónomo con me os ingresos, actualmente muy lesivas:; eleva las de los que más beneficios obtiene y, lo más importante, la cuota pasa de ser voluntaria a venir marcada por los ingresos netos. Todo mucho más racional, pese a lo que sabemos que pasara: que no se fiscalizaran los ingresos reales para corregir las cuotas si fuera necesario . Lo cual ligado al volumen no desdeñable de ingresos no declarados pues bueno… Pero hay que valorar lo que si se corrige
Ahora estaría bien una segunda reforma que siga rebajando cuotas a las personas con me os ingresos y que se las suba a los que más ganan,ya que la cotización de los tramos más altos es muy baja.
Que la cuota más baje pase de 293 a 200 en 2023 , vale. Que la más alta pase de 1266 en 2022 a 590 en 2023 es un verdadero hachazo a la SS.
El contrato fijo discontinuo ,beneficia tanto al trabajador como al empresario.
Al trabajador porque «garantiza» su puesto de trabajo y le da cierta seguridad laboral.
Y al empresario porque le permite mantener en el tiempo ,la profesionalidad de sus empleados y cierta coherencia a la hora de mantener equipos de trabajo solventes y conocidos.
Pongamos como ejemplo la necesidad de contratar camareros…y no me extiendo más ,doy por supuesto que conocen la escasez de personal en ciertos ámbitos económicos.
Siempre he pensado que un buen sueldo ,garantiza la profesionalidad y la buena productividad.
A eso le llamo yo,respeto laboral.
Amistad, a los sectores que les interese un contrato de esas características, que los hay, utilizará el contrato » fijo discontínuo «. La hostelería, las empleadas de limpieza de hoteles y algunos otros ejemplos son claros beneficiarios de ese tipo de contrato.
Otra cosa es los que lo utilicen porque no hay otra opción disponible. Está por ver que van a hecer cuando su actividad decaiga, ¿van a despedir al trabajador o van a hacer uso de esa opción de desconexión temporal? Yo solo te puedo hablar de mi experiencia personal. Nunca he contratado a nadie con un contrato que no haya sido fijo desde el primer día y lo hago simplemente porque no quiero a nadie trabajando con la espada de Damocles de la temporalidad y buscando otras soluciones y no dedicado en cuerpo y alma a mi empresa. Bien es verdad que trato de localizar a buenos operarios pagándoles, si es necesario, una prima de fichaje que ayude a sacarlo de donde estén trabajando, si es en mi propio sector, y que permita adaptar sus ingresos a los dell resto de mi plantilla sin crear agravios comparativos.
Pero volviendo al contrato de fijo discontinuo. Por ejemplo en la construcción. Las grandes empresas suelen tener unidades de obra suficientes para tener a operarios de distintas especialidades con ese tipo de contrato, porque irá haciendo uso de esos operarios a medida que son requeridos en sus distintas obras. Pero un pequeño contratista, que ejecuta una o dos obras a lo largo del año, y que tiene una plantilla fija de cuatro o cinco operarios que hacen un poco de todo, ¿crees que va a contratar y mantener a los: encofradores, albañiles, soladores, alicatadores, etc. etc. o sea a todos los especialistas que va a necesitar una o dos veces al año y por pocos días? Piensas que ese pequeño constructor va a vincularse a una plantilla de cincuienta fijos discontinuos? Yo no lo creo. Además tampoco creo que esos operarios, si no son autónomos y entran como fijos discontinuos, tendrán que buscar trabajo en otras empresas a lo largo del año ¿ En cuantas empresas van a constar como fijos? ¿van a estar disponibles cuando se necesiten? En fin, creo que an estos monetos de actividad se contrata con las opciones que hay, pero cuando la actividad decaiga ya veremos quien mantiene y quien despide. Personalmente no veo ventajas en postponer e incrementar un costo por despido que termine siendo una losa. Es volver al pasado en el que las empresas mantenían plantillas innecesarias por el costo que reducirla suponía.
Es mi opinión y puede ser que sea totalmente equivocada.
hay un «tampoco» que quiere decir «tambien» ….. se entiende.
No es lo mismo desconectar a un camarero, en períodos de menor actividad, y recuperarlo cuando el trabajo aumente, que llevar un control de cincuenta especialistas y recuparar el yesero sin que se enfade el alicatador, que es más antiguo, o al solador dejando atrás al encofrador que tiene que esperar a una nueva obra. …… un lío, que diría Rajoy.
Queda por ver quien es el que se va a enfadar, el que es llamado o el que es dejado atrás.