Julio Embid
Hace tres semanas estuve en tu casa de Las Águilas, en el quinto pino, desayunando. Te llevé palmeras de chocolate, que sabía que siempre te habían gustado las marranadas dulces para comer. Me preguntaste si te veía más flaquita y te dijo que no, que desde que nos conocimos hace trece años en un segundo piso de la calle Zurbano currando en la misma Fundación Alternativas, siempre te había visto más flaquita que yo, alimentándote exclusivamente de risketos, triskis y coca-cola light. Nos reímos mucho, muchas veces estos años. Y siempre te tuve mucho cariño porque eras energía pura, una gran jefa de prensa que leía sin parar y que era capaz de vender un paper en el desierto. Allí donde trabajaste: en la FAPE, en Reporteros Sin Fronteras o en Alternativas, dejaste buen recuerdo.
Cuando llegué a tu casa me sorprendió la luz que tenía, brillaba a través del ventanal del salón. Y tus dos gaticos dando vueltas alrededor de nosotros subiendo por encima de la mesa que casi nos tiran los cafés y hablamos de cómics, de libros, de Carmen (Es di-vi-na dijiste el día que la conociste), de nuestro amigo Carlos y de tantas cosas que, estos años, desde que me había ido a Zaragoza a vivir, no nos habíamos podido contar con tanta frecuencia.
Me dijiste que en navidades te dijeron que la película se acababa, que ya no había tratamiento que valga, que hasta que durase la batería. Te dije las obviedades y banalidades que se dicen en estas ocasiones. Que mientras blablablá hay blablablá. Sonreíste por cortesía porque estabas acostumbrada a esta conversación. Me dijiste que les dabas las gracias a tus padres que cada semana se hacían dos veces un viaje larguísimo para poder cuidarte. Siento no haber podido dárselas yo a ellos también. Me preguntaste por Urquizu, si iba a volver a ganar en Alcañiz. – Claro. Me preguntaste por si Carmen iba a volver a actuar. – Por supuesto. Y sonreíste esta vez sí, con ganas, porque las cosas marchaban como tenían que marchar.
Te dejé mi nuevo cómic y nunca te llegué a preguntar si lo leíste. Menudo montón de cosas tenías pendientes. Quiero creer que sí y que te volviste a reír a carcajadas como hacías siempre que nos veíamos. Me hubiese gustado leer ese libro que estabas terminando. Cuando nos despedíamos me dijiste que si llegabas al verano, vendrías a Zaragoza a vernos. No pudo ser. Descansa en paz Marta Molina.
PS: Si en el cielo de los periodistas hay un pub, saluda a Gonzalo que estará allí, dale un abrazo y echaos unas cervezas a nuestra salud.
Qué jodida la muerte.
Lamento el dolor que refleja su emotiva nota necrológica por la desaparición de Marta Molina .
Te acompañó en el sentimiento.