El wokismo, un delirio legal

Arthur Mulligan

 

Con la aprobación de las últimas leyes del Ministerio de Igualdad el desembarco del movimiento woke se ha hecho más visible si cabe, emitiendo luz propia desde el BOE para despertarnos con su sueño dogmático, sueño ligero habría que decir, porque ya ha comenzado a causar problemas prácticos y amenazas en ciernes de predecibles consecuencias. Pero ¿qué es el movimiento woke? En su formulación más breve, es un movimiento con bases americanas que parece estar afectando a sistemas inicialmente libres como la educación universitaria, o el ámbito personal tanto de anónimos como de personalidades públicas por medio de la censura de opiniones y contenidos, limitando tanto la libertad de expresión como el flujo de ideas dentro de las democracias.

Sentó sus bases al otro lado del Atlántico y luego llegó a Europa; no importamos un debate específico de los Estados Unidos sino una moda ideológica que primero establece un paradigma cultural a partir del cual se tiende a silenciar las opiniones que consideramos inoportunas o inmorales. La novedad respecto a la cultura de cancelación tal y como la conocemos ahora es que se hace en nombre de una supuesta idea del bien, de alejar las voces discrepantes, silenciarlas y pasar una factura por errores que a lo mejor se cometieron en el pasado y que sobre todo tienen poco que ver con la intención de la persona cancelada. Evidentemente no es lo mismo cancelar a una persona por una agresión sexual, cosa que está ampliamente justificada y ante la que la ley actuaría, que cancelar por un comentario erróneo, mal interpretado o sacado de contexto.

La cultura woke hace un llamamiento a estar despierto: la palabra woke viene del inglés vernáculo afroamericano y se refiere a estar despierto y atento a las posibles injusticias sociales que suceden a nuestro alrededor. Estas injusticias no necesariamente son explícitas sino muchas veces son simbólicas, microagresiones, micromachismos, microracismos, etc. La cultura woke pone en el centro de su paradigma la identidad. Es decir, la idea de que nos configuramos políticamente en base a una identidad, y que es nuestra identidad lo que nos da esa estancia política. Las políticas de identidad han tenido un papel creciente con la difusa intención de ir desplazando a otras ideas de libertad o de compromiso político.

Como es imposible ser consciente de todas las injusticias sociales que pasan a nuestro alrededor – aunque es conveniente estimular nuestra sensibilidad – los paradigmáticos de cualquier signo pasan su tiempo patrullando la vida privada de la gente, politizándolo todo y amenazando con invadir nuestra esfera privada.

Pero sistematizando su forma de abordar las cuestiones que dan carácter al wokismo podemos destacar la apropiación cultural, la binaridad, la escritura inclusiva (una aberración según la Real Academia), heteronormatividad, masculinidad tóxica, adanismo providencial, revisionismo historicista (el pasado occidental es despreciado como una manifestación oscura, racista y sexista), señalamiento del hombre blanco (Susan Sontag : «la raza blanca es el cáncer de la historia»), la esclavitud como fundamento del capitalismo, colonialismo, interseccionalidad acumulativa, retórica extremista, ismos inflamados, reivindicación de un marco teórico propio de la cultura americana, factura creciente por los errores del pasado… y creciendo.

Un delirio populista, confuso y repleto de una moral anacrónica. 

Economía inclusiva, nueva economía, economía circular, crecimiento inclusivo, crecimiento verde, estado social digital, bienestar digital, finanzas sostenibles o slogans de contenido político como «no dejar a nadie atrás», una especie de maquina socialista omnipotente.

Se desestiman los avances tecnológicos de reducción de emisiones y las iniciativas surgidas espontáneamente, es decir, voluntariamente, en el mercado y se defiende una aceleración de la transición climática a través de una mayor intervención pública. En definitiva, más regulaciones y más impuestos. El coste no es un problema, vamos hacia un mundo feliz de emisiones netas cero de gases de efecto invernadero, cuyo coste habrá que repercutir y repartir entre los diversos agentes económicos, obviamente con un aumento sustancial de impuestos. Impuestos siempre insuficientes desde esta óptica, pero donde se abre una vía prometedora en la «imposición verde» o ecológica, mucho más aceptable como se piensa socialmente.

Qué decir sobre las finanzas sostenibles, sobre la «nueva teoría monetaria». Básicamente, ésta defiende una política monetaria laxa, la dependencia de los bancos centrales de los partidos políticos y unos niveles de inflación muy superiores a los que sirven de referencia actualmente, tanto al BCE como al Banco de Inglaterra o a la Reserva Federal.

Estas ideas tuvieron su momento hace unos años y su heterodoxia hizo las delicias del pensamiento de izquierdas. Dinero abundante y sin esfuerzo. Parece que el reciente estallido inflacionario a nivel mundial y la vuelta a una política más ortodoxa de los grandes bancos centrales no dejan mucho margen para ocurrencias. La inflación ha vuelto y, como siempre, resulta muy difícil de sujetar y reducir. Sus efectos pueden resultar devastadores para el tejido productivo y para el ciudadano de a pie.

El enfoque profundamente antiliberal de las alternativas que surgen en el entorno wokista parte del error secular del pensamiento socialista de considerar el sistema económico como algo dado, estático, donde el reparto es lo esencial y el sector público el motor de la economía (herencia de un keynesianismo que podríamos calificar de simple). 

Este tipo de ideas no se quedan en el marco económico -en realidad, no son ideas de raíz económica- sino que desbordan este ámbito para colonizar el resto del entramado institucional y político del Estado, tratando de imponer un discurso unívoco, que recuerda aquello del «hombre nuevo» de los años fundacionales de la Rusia Soviética.

Pero el sistema económico no es algo estático: es una red de estímulos e incentivos, de relaciones complejas, en continuo cambio. La ciencia económica lo único que ha hecho es formalizar, o tratar de formalizar, estas variables. Primero de manera intuitiva, la «mano invisible», de Adam Smith, luego de forma matemática, el «equilibrio general» de León Walras.

Son las empresas y los consumidores los que mueven la economía, los que promueven con sus acciones diarias el avance científico y tecnológico, y la mejora de la producción por input empleado, es decir, la mejora de la productividad.

El mercado, la red de interacciones múltiples, sujeto a un mínimo de competencia y a unas reglas, garantiza el bienestar general. La competencia como en cualquier competición precisa un árbitro y ese árbitro es el Estado.

Pero en donde más brilla el fenómeno woke como afirmación doctrinaria es en la tesis dominante: concepto y éxito de la identidad de género.

En principio el sexo está determinado por la biología, y es binario, es decir masculino o femenino, siendo la distinción básica los gametos que producen los individuos de uno y otro sexo (óvulos o espermatozoides). El «género» era un término utilizado fundamentalmente en filología pero a raíz del movimiento feminista de los 60 se utiliza «género» para denominar «los aspectos normativos o prescriptivos asociados al sexo».

En la teoría feminista se rechaza que esas normas sociales tengan una base natural y se consideran imposiciones para mantener un sistema patriarcal de subordinación de la mujer. El género adquiere desde los años 60 una creciente importancia en el ámbito académico y se multiplican los estudios de género con la finalidad de «combatir la falacia naturalista que defendería la justificación biológica de las relaciones de poder entre varones y mujeres».

Hasta aquí parecen coincidir las teorías de las feministas clásicas y la de identidad de género. Pero todo cambia cuando del concepto de género se pasa al de «identidad de género». Según la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la identidad de género es «un sentimiento sentido de forma interna y profunda de ser varón o mujer, o algo intermedio u otra cosa. La identidad de género puede o no coincidir con su sexo».

Por una parte, parece desaparecer el carácter opresivo del género, que pasa de ser una imposición social a un sentimiento propio y auténtico. Al mismo tiempo, deja de ser binario. Finalmente, el género se impone sobre el sexo pues la vivencia interna no tiene que coincidir con el sexo y debe prevalecer sobre este.

En consecuencia, si en el pensamiento sexista tradicional un niño varón que se pinta las uñas debe adaptar su género a su sexo, en el pensamiento generista queer el mismo niño deberá adaptar su sexo a su género.

Es decir, la autopercepción de género puede imponerse al sexo legal y al sexo físico, de manera que cada persona pueda modificar el sexo legal y optar por tratamientos médicos que aproximen su anatomía y fisiología a las del «sexo percibido», sin otro requisito que dicha autopercepción, que por definición no admite control externo alguno.

Y aquí viene la sorpresa, la idea de «asignación de sexo al nacer» que se admite en la ley trans implica que el sexo es interno y no puede ser observado, sino que se «asigna provisionalmente», pues solo el individuo conoce el sexo. 

Algo así como decir que en el sistema periódico de los elementos podemos omitir el principio general que lo ordena para introducir saltos cuánticos fraccionados a voluntad. 

La confusión no oculta que el elemento esencial es que el género se impone, y finalmente anula el sexo. Lo que defiende es que la única realidad es la autopercibida y por tanto es lo mismo la identidad de género que la identidad sexual, y la autodeterminación de género es autodeterminación de sexo. Veremos que esto adquiere su lógica dentro de una determinada filosofía posmoderna que sacraliza el sentimiento y la voluntad individual y considera que el lenguaje determina la realidad.

Cuando ya nos disponemos a llamar a los servicios de urgencia de un frenopático viene el Informe del Consejo de Estado sobre el Proyecto de Ley, que es muy crítico con el Proyecto, y considera que la jurisprudencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos y por el Tribunal Supremo obliga a admitir el principio de autodeterminación de género y de sexo.

En el ámbito médico, asumen esta teoría tanto la OMS como las principales asociaciones médicas de EE.UU., que siguen los documentos de la Asociación Profesional Mundial para la Salud Transgénero (WPATH), y de ahí ha pasado a las guías sanitarias estatales y autonómicas.

Así las cosas entran ganas de acudir al psiquiatra por mostrar resistencia a validar esas teorías y que te cambien el cerebro inflado por el éxito médico, legal y político de semejante mamarrachada.

¿Qué aprendimos en el colegio? Pues que la reproducción sexuada anisogámica es una estrategia de reproducción muy común entre los animales pues facilita la adaptación de una especie al no ser los nuevos organismos copias de los originales. En todos, la naturaleza se realiza mediante la unión de células procedentes de dos organismos diferenciados, que tiene unas características comunes en todas las especies: uno aporta un gametos pequeños, móviles y numerosos, y el otro un gameto grande y poco móvil. En todos los mamíferos el sistema consiste en que los gametos pequeños se introducen en el cuerpo del individuo con el gameto grande y la fecundación y gestación se produce dentro de ese cuerpo. Esto requiere de diferenciaciones anatómicas y fisiológicas en estos individuos, y da lugar a la diferencia de sexo entre machos (que aportan el gameto pequeño) y hembras (que aportan el gameto grande o huevo).

No solo es que Mónica Oltra diga: «Yo soy mujer no por mis genitales, lo soy porque pienso y me comporto como una mujer»; es que en el New England Journal of Medicine unos médicos sostienen que no debe mantenerse la asignación de sexo oficial, y que si se mantiene «debería estar basada en la autoidentificación».

Como ven el asunto es confuso pero con alegría juvenil se afirma en una Guía sanitaria trans: «Solo la criatura será capaz de decirnos, cuando así lo haya decidido y tras todas las exploraciones que ésta precise, si como sociedad nos equivocamos al registrarla con un género determinado incluso antes de que nos lo pudiera decir por sí misma».

Estas ideas llenas de soberbia, completamente acientíficas, tienen consecuencias: uno de los hechos que ha generado más preocupación en la comunidad científica es el enorme aumento de la disforia de género en chicas adolescentes sin que antes hubieran existido síntomas (de un 4400% en 8 años en el Reino Unido y más del 1000% en distintos países occidentales avanzados).

La identidad de género, aunque sea un «sentimiento», sólo puede trascender si se manifiesta, si se convierte en una manifestación de voluntad de la persona, es decir en un «consentimiento». Pero para que el consentimiento sea válido, es necesario que la voluntad sea informada y auténtica. Por eso los menores de edad no pueden tomar ciertas decisiones por sí mismos y las personas con discapacidad pueden requerir apoyos.

La Ley Trans permite el cambio de sexo a partir de los 16 sin información, asesoramiento ni control parental o judicial alguno y desde los 14 simplemente con el acuerdo de los padres o en su defecto de un defensor judicial.

Finalmente un cierto movimiento de cautela se observa cuando la High Court de Londres (caso Keira Bell) condenó al servicio de salud inglés a indemnizar a una menor que se arrepintió de su cambio de sexo por no haberla informado adecuadamente de sus consecuencias ni contrastado su madurez. El nuevo protocolo finlandés advierte que para los menores es especialmente difícil entender «la realidad de un compromiso de por vida con la terapia médica, la permanencia de los efectos y los posibles efectos adversos físicos y mentales de los tratamientos… y que no se podrá recuperar el cuerpo no reasignado ni sus funciones normales». El Informe sueco también concluye que para los jóvenes es difícil tomar una decisión madura sobre esta cuestión. A la vulnerabilidad derivada de la inmadurez se añade la que resulta de la concurrencia de otras patologías.

La estupidez integral del melifluo Ministro de Universidades es un síntoma de la deriva woke con su propuesta de afirmación ideológica claustral. 

Pienso que el gobierno no entiende nada de lo que proponen sus chiflados ministros; no porque no comprendan la literalidad de sus propuestas, sino por la tolerancia de la indiferencia.

Es muy triste no confiar en su gobierno ni en su bajeza. 

En fin capotando entre brumas y bromas.

2 comentarios en “El wokismo, un delirio legal

  1. Buenos días Mr Mulligan ,caballeros callejeros ,cabelleras al viento sin coletas y a lo loco y cazadores de bulos varios:
    Ejem…uno aprende palabras nuevas para el uso recurrente contra la legislación promulgada por el gobierno de Sanchez.
    «El wokismo» .
    El artículo se las trae,por su amplia exposición y por sus conclusiones .
    Eso me hace pensar en pedirle a Mr Mulligan que escriba in artículo sobre :
    «El bullying».
    Pero por favor que no hable del «bullying» que ejerce el gobierno de Sanchez en contra del gobierno de Ayuso,que para eso está M.A.R. para que la presidenta del PP en la sombra,se defienda.
    Mejor que hable del bullying escolar ,en el puesto de trabajo o en la comunidad de vecinos ,para ver si eso fomenta «El wokismo» o no.
    Se ha criticado la foto grupal que publicaban VOX para promocionar su mocion de censura contra el gobierno de Pedro Sanchez,en la que no aparecía ninguna mujer entre sus representantes.
    Tienen la oportunidad de acabar con las críticas de que es una foto «patriarcal y machista»…sólo tienen que ir ,la mitad de ellos, al registro notarial y cambiarse el género de su sexo.y aplicar la paridad de género.
    Claro está que personajes como Sánchez Dragó o Abascal Tamames (que ya está mayorcito para volver a hacer un cambio de cjaqueta más) jamás se cambiarán de sexo,más que nada porque son «muy machos y mucho macho».
    Pero en fin ,tengo mucha preocupación por Feijóo,ya que si se quiere enfrentar a Ayuso con las mismas condiciones,tendrá que cambiarse de sexo…y eso para «la gente de bien» no está bien visto y sería su suicidio político,porque dejaría de ser «un maricomplejines» y convertirse en «un delirio legal».
    De todas formas yo he de decir que soy más de «workismo».

    Fisher Z – The Worker.
    https://youtu.be/spbbDIbvx98

    Ante mi doy fe.
    AC/DC.
    …JAJAJA…que nervios.

    Pd: ¿y el caudillo Franco que opina de la marcha de Ferrovial de España?…

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