Carlos Hidalgo
Hace no mucho tiempo, cuando se conmemoró el día del Periodista, un día que ya he olvidado cuál es y que no me molestaré en buscar en Google, se me ocurrió comentar en voz alta que estaba cansado de los periodistas héroes. Es más, les tengo un poco de manía.
¿Qué es para mí un periodista héroe? Es alguien crecido en las redes sociales, normalmente incubado durante el auge de las protestas contra la Ley Sinde y que eclosionó durante el 15M. En ese momento, varios periodistas lanzáronse a cantar las alabanzas de todo lo que ocurría en la Puerta del Sol, móvil en mano. Muchos de ellos demostraron un absoluto desprecio por la independencia informativa, las reglas del sistema político español y la realidad, pero estaban en disposición de decir cada pocos minutos que ahí estaba pasando algo nuevo, novedoso, el nacimiento de una nueva democracia, el fin del maldito bipartidismo. Los tuits donde se hablaba acerca de la reinvención de la expresión de la voluntad popular omitían con el mismo entusiasmo los bloqueos de los asambleas por unanimidad, las ridículas sesiones de espiritualidad, reiki, biodanza y demás chamanismos para urbanitas y, sobre todo, el rápido crecimiento de la antipolítica disfrazada de política.
El 15M nos ofreció como resultado a un Partido Popular arrasando en Ayuntamientos y comunidades autónomas, preludio de una mayoría absoluta de Rajoy y unos años de hegemonía de la derecha que parecen estar dando paso al nacimiento de la ultraderecha en las Cortes Generales.
Pero para el periodismo heroico fue bien. El que fracasó como director de documentales no tardó en ser recolocado como catador de manifestaciones. Y el que no tenía un medio se lo inventó, vía “crowdfunding”, que viene a traducirse en algo así como “colecta”, “suscripción popular” o “pasar el cepillo”. Muchos de ellos pasaron de becarios a tertulianos. El 15M descubrió a los grupos de comunicación el poder de las redes sociales y las direcciones de los medios se apresuraron a contar el número de seguidores y de retuits antes que a leer los textos de algunas de estas jóvenes estrellas de las redes.
Ahora las redes sociales bullen con la actividad de los héroes del periodismo, que hacen el equivalente digital de mirarte a los ojos para decirte: “sólo yo digo la verdad, sólo yo soy el periodismo, sólo puedes fiarte de mí, porque todos los demás mienten y son parte del viejo sistema que nos ha llevado a donde estamos”. Y a continuación te ponen el cazo, vía PayPal, Patreon, GoFundMe o hasta plataformas propias. Con las donaciones de unos cuantos fieles es posible hasta mantener una redacción pequeña, desde donde gritar las verdades al poder. Lo malo que las verdades son sólo opiniones y lo que se grita rara vez es un tema propio o una exclusiva.
Se habla de “libertad”, pero conozco abundantes casos de censura en esos medios que viven bajo los épicos ideales de reinventar el periodismo. Normalmente porque el contenido pudiera ofender el delicado olfato de los dirigentes de Podemos a los que, usando sus propias palabras les parece que hay periodismo “que huele a caca”. De hecho, aún recuerdo como un heroico redactor jefe me echó en cara que no podía volver a ser periodista por haber trabajado en Ferraz, mientras él había estado en un ministerio y aún comparte copas y confidencias con la cúpula de Podemos todas las noches, en ese bar detrás de Gran Vía que ha sucedido al “Palentino” como cuartel general del periodismo heroico y “canalla”.
Yo, que escribo de vez en cuando en “El País”, tan poco grato ahora a los ojos de los héroes, jamás he recibido indicación alguna de no hablar de algo, de suavizar una expresión o de esquivar un tema. Lo único que se me ha exigido es entregar en plazo, consultar a cuantas más fuentes mejor y ser riguroso y directo.
Cuando pensamos en el periodismo como una colección de héroes, minusvaloramos lo que de verdad es el periodismo. En primer lugar son cientos de miles de personas paradas tras los cierres, recortes y ERE que nos trajo la crisis de 2008 y que no se ha llevado la recuperación. Luego, otro ejército de personas anónimas, que corren de un lado a otro para informarnos de todo, desde traducir a un lenguaje más comprensible el acto más soporífero, a fotografiar un accidente de tráfico a 80 kilómetros de cualquier sitio. Son los llamados periodistas de agencia. Cobran poco, trabajan mucho y están en todas partes. Nunca firmarán uno solo de sus artículos. Y hasta tienen que ver como otros, que estamos en las redacciones, los firmamos por ellos para atribuirnos un mérito que no tenemos.
Luego estamos los de las redacciones, que puede que pateemos la calle o puede que nos pasemos el día picando teletipos. Posiblemente ambas cosas porque no somos suficientes. Vivimos pendientes de un hilo, cobrando mucho menos que hace 20 años, pese a ser 20 años más viejos y siempre dando gracias de no estar en la redacción que está a punto de cerrar o de recortar personal. Nos rodean informáticos, técnicos, maquetadores y hasta diseñadores. Nosotros firmamos alguna vez. Ellos nunca. En el caso de las radios y de las televisiones es algo parecido. Alguien tiene cubrir, escribir, planificar y puede que hasta locutar lo que aparece en la pantalla o es leído ante el micrófono.
Los periodistas que no somos héroes vamos a ruedas de prensa, leemos noticias de agencia, estamos atentos a las redes sociales y tratamos de cumplir nuestro cupo de noticias, tratando de no matar a la ortografía, ni de decir alguna burrada.
Los héroes opinan. Rara vez les verás comentar una noticia propia y cuando lo consiguen, suele ser algo así como una crónica de pasear por su barrio, hablar con sus vecinos y hasta meter a algún inmigrante para demostrar que se puede ser Kapuscinsky sin coger el cercanías e inventándote el doble de cosas que él. Pero que no se pierda el aire romántico. Los cínicos no valen para este oficio, decía el polaco. Pero no pasa nada, lo importante es conservar la actitud heroica, estar pendiente de la siguiente tertulia y opinar muy enfadados acerca del trabajo que hacen los demás. Y si las cosas vienen mal dadas, siempre se puede llamar a Pablo Iglesias, que jamás, jamás, jamás, ha negado una entrevista un periodista financiado mediante crowdfunding.
Ahora los héroes se escandalizan: ¡El PP presionaba a la prensa desde el Gobierno! ¡Las grandes empresas presionan financieramente a los grupos mediáticos! ¡Hay periodistas que han usado fuentes dudosas! Oye, qué escándalo. Los que llevan un tiempo trabajando lo sabían. Y hasta lo contaron. ¿Dónde estaban los héroes entonces?
El 16 -2-2014 Info Libre publicaba lo siguiente :
“ El País ha sufrido un desplome de su difusión en los últimos tiempos. En 2007, primer año completo de Moreno como director, la Oficina de Justificación de la Difusión (OJD) certificó al rotativo 435.083 ejemplares. En 2013, esa cifra se había reducido a 292.226 copias. Es decir, una pérdida del 32,8% en seis años, que han estado marcados por una fuerte reducción de las ventas de la gran mayoría de los diarios en papel y de sus ingresos publicitarios.
Precisamente, el desplome de los ingresos fue la principal razón aducida por Prisa, el grupo editor de El País, para abordar a finales de 2012 un ERE que supuso el despido de 129 profesionales, de los 466 que formaban la plantilla (un 27,6% del total). El rotativo pasó de tener unos beneficios operativos de más de cien millones en 2007 a registrar un Ebit (beneficio antes de intereses e impuestos) negativo de 54,4 millones en 2012.
Junto al desplome de la difusión y de los ingresos del buque insignia de Prisa, también se ha producido una caída en picado del valor de las acciones del grupo editor. En febrero de 2007 Prisa cotizaba por encima de los 15 euros, mientras que el pasado viernes cerró en Bolsa a 39 céntimos, lo que equivale a una pérdida del 97,4% del valor. ”
Hoy en día apenas llega a los 90.000 ejemplares y comparte destino junto al resto de rotativos de pago ( unos 260.000 ejemplares en total ).
Pésimas inversiones , falta de adaptación a los nuevos gustos , tecnologías, y competencia de canales – nada que no haya ocurrido antes en el sistema capitalista -, el caso es que lo único que no cambia es la finalidad de la prensa :
fidelizar la orientación de los hechos hacia los propios intereses, que son los de aquellos que corren con los gastos.
A pesar de estos datos incontrovertibles, la universidad española sigue vomitando toneladas de diplomados en Ciencias de la Información que mantienen escuelas de periodismo para alimentar finalmente un paramo lleno de semovientes sustituidos por algoritmos fabricados por siniestros programadores que ya no sueñan en ser Ryszard Kapuscinski , Arthur Koestler o Joseph Roth , sino cumplir a rajatabla la línea editorial.
Paradójicamente esto obliga a leer más y de distintas fuentes, contrastar hasta la extenuación, recelar de todos y de todo , instalarse en la cultura de la sospecha.
El periodista como ángel vindicativo y agitador de conciencias que porta la llama del progreso en una mano y la espada afilada del cuarto poder en la otra está a punto de agonizar y reconvertirse para lo único que funciona en ese mundo : la prensa de estadio , la prensa deportiva. Auténticos hooligans de los medios que con el tiempo apenas necesitarán escribir ni hablar , solo repartir camisetas para la ocasión que decidan los Florentinos del palco presidencial de turno.