Nuestro mundo en 1873: la primera república española 150 años después

Juanjo Cáceres

Dante Alighieri escribió en su día unas palabras que no pueden ser borradas: “Antes de mí tan solo se crearon cosas eternas, y yo eterna duro. Dejad toda esperanza los que entráis”. Este fragmento de la inscripción grabada en la puerta del Infierno, bien puede servirnos para resumir cómo nos toca contemplar la experiencia republicana vivida en España, sobre todo, durante el año 1873. No queda otra que abandonar la esperanza de entenderla, entre otras cosas porque nadie ha intentado nunca que la comprendamos, pese a que la década de 1870 fue una década decisiva para nuestro país. Una década en que los procesos de transformación abiertos por la revolución de septiembre de 1868 van a culminar en la restauración de la dinastía borbónica. Antes de llegar a ella, el régimen republicano acabará siendo descartado como forma de gobierno. Después de dicha restauración, reaparecerá de nuevo la república, esta vez tras un periodo dictatorial, que a su vez concluirá con el inicio de otro larguísimo régimen dictatorial. Y tras este, una vez más, la restauración borbónica: primero a manos de nuestro último dictador; después, mediante el referéndum constitucional de 1978.

Todo ese periodo abarca poco más de cien años de historia de España, a los que después han seguido cuarenta y cinco de democracia. Sin embargo, tenemos serias dificultades para verlos como un todo, muy especialmente el periodo 1868-1978, pese a ser obvia la imposibilidad de comprender el surgimiento de la segunda república sin conocer lo acontecido durante la primera o sin analizar entre esas dos fechas la evolución del republicanismo en España. Cierto es que en nuestros institutos se habla de los hitos del sexenio revolucionario, pero no pasa de tomarse como un conjunto de fechas inmersas en largos procesos históricos, que dejan escasas huellas en el alumnado.

Nuestros académicos también son conocedores del periodo, pero el déficit de investigación histórica sobre el mismo es aún importante. No porque resulte desconocido, ya que los hechos parlamentarios que condujeron a su proclamación y su disolución, están ampliamente documentados. También los principales eventos vividos en aquel periodo, en particular las revueltas cantonalistas, sino porque más allá de analizar las instituciones estatales, es necesario, conocer mejor qué aconteció y qué no aconteció en los municipios, pues fue allí donde los alcaldes debieron decidir si aceptaban o no el nuevo régimen, y qué actuaciones adoptar. Y fueron muchos más de los que a menudo se cree los que se declararon autónomos e independientes del poder central. De hecho, incluso como respuesta a la entrada del general Pavía en el Congreso.

Sería deseable vivir en un país en que este aniversario se conmemorase y en el que académicos y divulgadores pusieran en el mercado obras que aporten nuevo conocimiento o al menos visiones más frescas sobre la primera república, pero nada de eso ha sucedido en España, donde tan solo algunos municipios dedicaran estos días y estos meses tiempo y recursos a hablar del periodo. Nada puede hacerse para subsanar una carencia que dice mucho de cómo nos tomamos nuestro pasado y la miopía con la que lo analizamos, carente de esa perspectiva de larga duración que deberíamos adquirir para tener una comprensión cabal de nuestros procesos políticos y nuestro devenir histórico. Pero somos como somos y no parece que podamos hacer mucho al respecto.

Así las cosas, no seré yo quien ponga el empeño en repararlas. Primero porque cualquier labor seria en este sentido pasa por asumir el deber de volver a los archivos y retomar un tema que sigue anclado en premisas y conclusiones muy revisables desde la década de 1970. Entre otras, su identificación con un movimiento de raíz pequeño-burgués, insuficientemente anclado en las aspiraciones de unas clases populares que no se identificaron con la misma, o la mítica falta de atrevimiento de los referentes republicanos para llevar a cabo su obra institucional y legislativa con una mayor ambición y celeridad.

Pero lo cierto es que el programa republicano tuvo hondura social, como no podía ser de otro modo en un mundo que ya había constituido la Primera Internacional y que ya había vivido la Comuna de Paris en 1871, en lo que serán los primeros grandes pasos de un movimiento obrero cada vez más organizado y con incidencia creciente en los partidos institucionales situados más a la izquierda. No en vano en una época tan temprana como en 1868, tras la Gloriosa, las fuentes periodísticas hablan de manifestaciones en grandes ciudades de miles de personas en favor de la república, en particular en Barcelona, si bien el movimiento republicano de aquel periodo agrupaba sensibilidades políticas con objetivos radicalmente distintos, que poco a poco irían dando lugar a su fragmentación en diversas organizaciones.

Su carácter popular también tuvo efectos muy claros en los municipios. Mientras las Cortes discutían una nueva constitución que nunca llegó a ver la luz y proyectos legislativos diversos, era en el ámbito local donde se activaban medidas como la supresión de los impuestos de consumos, municipalizaciones y actuaciones inequívocamente laicistas o dirigidas a iniciar la separación entre la Iglesia y el Estado.

También el movimiento cantonal es un reflejo del vigor que en algunos lugares adquirió una acción política local de corte más obrerista y socializante, que lejos de ser una tipicidad española, mantiene una conexión clara con episodios como el de la Comuna. De hecho la rosa de foc, la Barcelona insurgente, estuvo muy cerca de convertirse en una segunda Comuna entre febrero y agosto de 1873, y solo el mayor arraigo de la organización republicana y la intervención de los dirigentes republicanos nacionales lo impidió. Tambien al vigor de las fuerzas del orden, cuyo colapso explica mejor que otros factores por qué en municipios como Alcoy se impuso el cantonalismo o episodios violentos como el asesinato de su alcalde.

Casos más extraordinarios son el de Málaga y, sobre todo, el de Cartagena, donde fue la rebelión de cuatro de las mejores tripulaciones de la armada la que hizo posible que se alargase durante meses su autogobierno: pudo mantenerse hasta la captura de dos de los navíos, el hundimiento de un tercero y el incendio del cuarto. Pero ese cantonalismo es también fruto de la frustración ante una república federal que no logró constituirse como tal, de ahí que sea importante también examinar los significados del federalismo o los federalismos de entonces, y qué visión sobre el modelo de estado subyacía bajo el mismo. Y sin duda hay algo que debe quedar claro: de proclamarse la nueva constitución republicana, España se habría dotado por primera vez de un modelo federal radicalmente distinto del estado centralista vigente hasta el momento.

Buena parte de estas cuestiones, relevantes todas ellas, deberían de haberse puesto sobre la mesa y revisarse con ojos actuales. Especialmente el pasado sábado, 150 años después de su proclamación en Cortes. Pero en España se piensa poco sobre la propia historia, se investiga aun menos y el sector editorial no tiene interés alguno en nada anterior a 1930. Ese es nuestro erial histórico-cultural. Ese es el páramo sobre el que crecen las malas hierbas de nuestro presente.

Un comentario en «Nuestro mundo en 1873: la primera república española 150 años después»

  1. No somos deudores de un orden interno a nuestros antecesores. El externo lo reconocemos como cultura que nos envuelve y condiciona como el interno , que nos libera y explora . Somos y vivimos en el límite.

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