José Manuel Rúa
Como historiador resulta evidente que Pablo Iglesias pasará a formar parte de los libros de Historia, sean estos en papel o en formato digital. Si Pablo Iglesias y Albert Rivera quedarán identificados para la posteridad como los líderes que enterraron el bipartidismo en la segunda década del siglo XXI, no cabe duda que el apartado biográfico dedicado a Pablo Iglesias será mucho más extenso. No en balde la entrada de Pablo Iglesias en el gobierno de España, como vicepresidente segundo en enero de 2020, supone un hito en la historia política de este país: por primera vez desde la Guerra Civil una opción política a la izquierda del PSOE se convierte en fuerza de gobierno.
Tampoco descubrimos nada nuevo si señalamos que el partido político que él mismo fundó y lideró, Podemos, representó la mayor impugnación, desde una perspectiva democrática, del modelo político y social surgido tras la aprobación de la constitución de 1978. Su partido tomó el relevo institucional del Movimiento 15-M, que en 2011 había canalizado en un sentido progresista la indignación de amplias capas de la población en una coyuntura que sumaba diferentes tipos de crisis (económica por las consecuencias de la gran recesión, generacional ante la falta de expectativas laborales, de legitimidad política por cansancio de un bipartidismo cercado por los casos de corrupción…).
Podemos, nacido hace ahora diez años, puso en jaque a todo el sistema político español al erigirse como una propuesta nacida para ganar. Un partido que pretendía tomar el cielo por asalto al grito de “abajo la casta”. Los libros de historia explicarán que el cielo no se pudo tomar, ya fuera por la guerra sucia contra el partido, por el criminal acoso contra Pablo Iglesias y su familia, por las luchas internas que redujeron la pluralidad y la amplitud de su espacio político, o porque la ventana de oportunidad se cerró sin la acumulación de fuerzas necesarias, no ya para ganar unas elecciones, sino tan siquiera convertirse en la primera fuerza de la izquierda parlamentaria.
Siguiendo con el temario, los libros de historia tendrán que dedicar un espacio para calibrar el impacto en las políticas del Estado del Bienestar, tras la entrada en un gobierno de coalición, del conjunto de fuerzas políticas que lideró Pablo Iglesias. Incluso para escribir la historia de la presidencia de Pedro Sánchez, y su giro socialdemócrata, se harán necesarias las referencias a un Podemos con el que se disputó buena parte del electorado progresista. Pero los libros de historia también señalarán que el momento de impugnación radical se consumió y que, tras la entrada en el gobierno, se impuso una nueva dinámica.
Conviene recordar que los partidos y sus líderes actúan en contextos políticos y sociales cambiantes: es la evolución de dichos contextos lo que nos permite abrir y cerrar etapas históricas. No es un mérito menor, precisamente, para un político el saber captar el paso de una etapa a otra, con todo lo que ello implica en los procesos de adaptación, y de relevo, ante las nuevas circunstancias. Buena prueba de ello la tenemos en otra figura representativa de la izquierda española: Santiago Carrillo. Durante la Transición, Carrillo, incapaz de aceptar que la persona que había liderado la principal fuerza antifranquista no era el candidato idóneo para encabezar el proyecto comunista en la nueva etapa democrática, catalizó con su actuación todas las crisis latentes en el seno del comunismo español con el resultado de implosión que todos conocemos.
Volviendo al presente, tras la etapa centrada en la voluntad de superación del “régimen del 78”, con toda su épica pero también sus límites, se impondría actualmente la etapa de defensa de un modelo de gobernanza volcado en las conquistas materiales para la mayoría social, y convertido además en dique de contención democrático frente a la extrema derecha. Así pareció entenderlo el propio Pablo Iglesias, al apartarse de la dirección de su partido en mayo de 2021 y señalar a la Ministra de Trabajo, la militante del PCE Yolanda Díaz, como la mejor candidata para liderar su proyecto político. Pero lo visto desde entonces, con un Pablo Iglesias periodista que, a través de su podcast primero, y ahora desde Canal Red por internet y la TDT, influye enormemente en el espacio político que lideró durante más de 6 años –influye y en ocasiones anticipa la línea política de la formación morada-, no deja lugar a dudas sobre su intención de marcar un posicionamiento político propio, erigido en contrapeso a la línea marcada por la Ministra de Trabajo y actual vicepresidenta segunda del gobierno.
La contradicción entre las dos líneas (recuperar el impulso impugnatorio o consolidar la apuesta por el gobierno de coalición) inicialmente latente, se ha revelado en el último año con toda su crudeza gracias a un catalizador implacable. Y no hay mejor catalizador en política que la lucha por el poder, o su hermana pequeña, la lucha por las cuotas partidistas. El acuerdo firmado entre Sumar y Podemos para concurrir en coalición, el pasado 23 de julio, supuso un breve armisticio en esta dinámica de enfrentamiento. Un enfrentamiento que ha regresado con toda su crudeza tras el abandono, por parte de los cinco diputados de Podemos, del grupo parlamentario de Sumar en el Congreso el pasado diciembre; y se ha materializado el 10 de enero con el voto en contra, de estos cinco diputados, para tumbar el decreto sobre la reforma del subsidio de desempleo, impulsada por la vicepresidenta Díaz.
Llegados a este punto, resulta interesante la reflexión de otra figura, en este caso sombría, del comunismo español: Caridad Mercader, agente del NKVD (los servicios secretos soviéticos) y madre Ramón Mercader, también agente soviético y asesino de León Trotski. Caridad Mercader, personaje de película dispuesto a descender a los infiernos en nombre de la revolución, asumía un papel en la etapa histórica que le había tocado vivir: ella solo servía para destruir el capitalismo, pero no para construir el comunismo. Evidentemente ningún libro de historia hablará de Pablo Iglesias como un político que pretendiera destruir el capitalismo o construir el comunismo, ni mucho menos como un agente secreto, pero con toda probabilidad señalarán sus dificultades para captar el paso de una etapa política a otra, de un papel a otro, de un liderazgo a otro.
La duda -aún por resolver- es cómo, en esta nueva etapa como creador de opinión mediática, los libros de historia valorarán su papel a la hora de hacer viable -o inviable- la supervivencia de un gobierno de coalición progresista ante una extrema derecha a las puertas del poder.
Ejem…hay políticos que pasan de ser perros del hortelano a ser perros «los mejores amigos» para despues convertirse en perros ladradores que no tienen hueso que roer.
Y este es el caso de Pablo Iglesias.
No se,pero cuando a un político lo desprecian los que le han estado encumbrado como líder de «su juguetito» y se queda sin piezas para jugar…pues que quieren que les diga…
La megalomania no sirve para nada,diría más…ejem…la megalomanía sólo se cura haciéndose el harakiri…»politico».