Arthur Mulligan
A la fecha en que esto escribo la gestión de la pandemia en España ha alcanzado un nivel de conflicto, un grado de desacuerdo, un marasmo de órdenes y contraórdenes que a nadie satisface y solo a trancas y barrancas se va haciendo posible con la ejemplar disciplina de un país confinado -en base a una dudosa legalidad gubernamental – más por ese tipo de hipnosis deslumbrante y temible que ejerce la cobra sobre la inquieta mangosta que por un sentido histórico de orden social. En lo inmediato, debemos destacar la urgencia de acertar con un control estadístico de la pandemia en nuestro país, algo que se revela imposible si seguimos cambiando cuatro veces de metodologías en la medición de las series (un clásico al utilizar la estrategia Tezanos para el CIS) absolutamente desprestigiadas para lo que se necesita el suministro masivo de test que una gestión sanitaria opaca, muy cara, desorganizada e ineficiente, impide con su contumacia habitual, agravando la crisis económica y el desempleo para hacernos cada día más pobres.
Y todo llega en el peor momento, con un país endeudado dirigido por un gobierno de coalición cuyos componentes compiten a cara de perro en el mismo espacio electoral y por eso mismo procuran abrazarse con una desconfianza tambaleante que se resuelve en autoritarismo, malos modos y pulsos extenuantes entre ministros de gabinetes elefantiásicos. Una pelea de navajas y jadeos que se apaga con la sordina vergonzante de quienes a duras penas asumen la farsa de su parentesco, su pertenencia a la izquierda.
Sí, aquella que nació en Francia y recibió su nombre del reparto topológico de los delegados a los estados generales de 1789; de aquellos que se reclamaban partidarios de un Estado de derecho, de la separación de poderes y de las libertades civiles, de la mejora de las condiciones de existencia de todos y de un movimiento hacia la democracia representativa como proyecto histórico y abierto; pensaban también, que el progreso es posible como resultado de la acción de los seres humanos y que, por eso mismo, izquierda y progresismo resultaban sinónimos en su origen.
En su evolución, sería la vigorosa influencia del pensamiento de Marx la que ocupó el debate central del movimiento obrero, reivindicando su orientación hacia la independencia de otros grupos sociales para imponer doctrinariamente por la fuerza su propia visión al resto de la sociedad.
De facto constituía una separación de la corriente progresista, de la que dejaba de ser una componente para apuntar a su propia liberación, de modo que no cabe reprochar a Lenín algún tipo de traición al pensamiento marxista porque estaba convencido, entre otras cosas, de las tendencias espontáneamente reformistas de los obreros.
De ahí que, a la versión despótica del movimiento contra la Ilustración, sucediera en toda lógica el totalitarismo de Stalín.
El divorcio con la Ilustración es un hecho mayor, una postura intelectual de los que ocupan la extrema izquierda en nuestros parlamentos, en cuya vencindad hemos convivido o convivimos parte de los habituales de este foro.
Gracias a la socialdemocracia alemana y en el modo en que se suelen dar estos procesos, primero de forma táctica y luego claramente estratégica, se encontró un compromiso entre las conquistas de la república democrática y las exigencias del moviendo obrero, logrando no separarlo del resto de la sociedad, reforzando el respeto a las libertades civiles y al estado de derecho como valores indispensables del progreso económico y moral.
Es al finalizar la Gran Guerra cuando se produce la ruptura violenta entre comunistas y socialistas alemanes de tal manera que la concepción marxista de los últimos se vuelve mas pragmática que teórica, y por razones comunes y diferentes sucede un parecido acomodo entre los laboristas británicos.
Se mantiene de todos modos como hecho incontrovertible que, allí donde la izquierda recibe el influjo marxista, aparece invariablemente un dispositivo ideológico en el que la libertad se muestra como la antítesis de la igualdad y se hace consigna la descripción de la libertad como «una zorra libre en un gallinero libre».
Sin embargo, en el periodo de entreguerras surge en Alemania la denominada economía social de mercado, una dinámica alternativa de la que los partidos de centro-derecha, demócratas cristianos, conservadores o soberanistas como en Francia, pueden reclamarse o ponerla en marcha sin decirlo, sobre todo a partir de 1945, en especial cuando se intensifica el divorcio entre bloques geopolíticos. Las campañas electorales se muestran como teatros de comedias efímeras, abandonándose los discursos extremos (algo habitual en política) una vez pasadas las elecciones para gran irritación de los electores.
Aparecen los distintos corporativismos y sus privilegios en el seno de los estados occidentales con avances en salud, educación, vacaciones y pensiones y el mundo obrero se transforma a medida de que su integración en la amplia clase media parece una perspectiva posible.
Esta tendencia continuó hasta alcanzar una amalgama entre el comunitarismo de clase -en plena transformación -y el más general, el del estado nacional, haciendo realidad una vez más que los grupos que obtienen satisfacción a sus demandas presentan una fuerte tendencia a fundirse en la sociedad y, en consecuencia, desaparecer.
La primacía otorgada en la teoría marxista a la clase obrera se ha degradado en una postura caritativa que reemplaza y aleja otras preocupaciones de justicia. Una postura que no permite combatir las raíces de la pobreza y que decepciona inevitablemente a sus beneficiarios. Así las cosas ¿qué tiene de extraña la búsqueda de una coherencia política en otra parte?
El resultado es que este sistema ha entrado en crisis. Funcionó durante todo el período resumido más arriba mientras la expansión del Estado Providencia procedía por generalización para todos de los derechos adquiridos por algunos, y en buena lógica este proceso resiste poco las transformaciones convergentes porque necesita el aumento considerable de la redistribución, algo que solo es posible por un aumento de la deuda, alimentando una realidad que pesa sobre la percepción de conjunto sobre todos los actores y cuesta imaginar como un ideal de equilibrio su resolución en un incierto tiempo infinito por nuestros herederos.
La redistribución pública de bienes privados ha jugado un papel importante en la inclusión del mundo obrero pero termina poco a poco en una dificultad creciente: su contribución a la igualdad se debilita progresivamente, en buena parte porque la globalización ha puesto en cuestión la correspondencia entre sistema económico y el territorio nacional.
Asociado a una parte de las clases medias tradicionales, el mundo obrero tiende a convertirse en el más nacionalista de los grupos sociales trasladando sus votos a candidatos como Trump o le Pen y explica en cierta forma que buena parte de la izquierda continúe aliándose con una extrema izquierda soberanista, anti europea y enemiga de la mundialización.
El obrero de hoy no puede tener por horizonte personal la pertenencia a la comunidad eterna de los obreros, sino más bien, el salir de su condición.
Pues bien, las dos grandes corrientes descritas en esta sumaria evolución de la izquierda conviven en la aciaga época que nos ha tocado en suerte dentro del gobierno; un gobierno de fortuna, ensamblado no ya con calzador sino con la bota malaya, pues tal es la fuerza de sus contradicciones internas.
Las generaciones perdidas (a las que pertenecen el grueso de la militancia de Podemos) pasan su vida intentando rehacer la Historia que no vivieron, normalmente a través de una melancolía romántica que compense el hecho de haber nacido demasiado tarde en un mundo demasiado viejo y lleno de cicatrices; de haberse perdido las camisas de flores hippies, las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, los conciertos de los Rolling Stones o las batallas callejeras contra el franquismo. Solo han conocido los beneficios del pacífico «régimen del 78» y los efectos de la reacción de Thatcher y Reagan, balbuceando años más tarde la enorme «traición» socialdemócrata (Clinton, Blair, Schroeder, Hollande) aprendida en confusos manuales de nuevos teóricos siempre insatisfechos.
Asfixiados por la rudeza de un comunismo poco ejemplar, han reinventado la confluencia de luchas aisladas (feminismo, ecologismo, movimiento vecinal, identidad nacionalista, luchas sectoriales…) asignando su protagonismo no tanto a la izquierda como a esa gente que desea una vida mejor, aspiración que encarnan de maravilla sus jóvenes líderes. De alguna manera fácil de constatar en sus discursos, son como los aristócratas emigrados que de regreso de su exilio después de 25 años «no habían aprendido ni olvidado nada» según la célebre frase de Talleyrand.
«La España de 2020 no es la que sale del franquismo sino de 40 años siguientes de democracia » -como escribe Manuel Montero- y añade «…los cambios políticos fueron profundísimos, positivos, y nos pusieron a la altura del entorno democrático -no del bolivariano sino del europeo- y, salvo la lacra del terrorismo, el nivel de concordia pudo considerarse alto.»
Facilitar la entrada en el Gobierno de España de Unidas Podemos y sus alianzas políticas retrógradas en nombre de la «gente » ha sido el mayor castigo del PSOE y de su líder para con nuestro país, porque retarda su necesaria y urgente modernización con debates del siglo XX.
Debilitada su organización territorial y condicionada su acción de gobierno por una destartalada visión paranoica de conjunto solo nos ofrece su presencia en una institución mutilada, hoy trágicamente más ineficiente, que camina fatigada hacia un pasado redentor de un presente hostil, sostenido por brazos nacionalistas que en el momento más inesperado dejarán caer.
Pío Baroja en El Arbol de la Ciencia, su mejor novela al decir de muchos críticos, recoge el sentir de un pueblo después de que el protagonista, el médico Andrés Hurtado, salve a una paciente después de ser desahuciada por otro médico mayor:
(… ) A Sánchez, en cambio, le elogiaban todos.
-Este hombre iba con lealtad.
-Pero no era cierto lo que decía – replicaba alguno.
-Sí; pero él iba con honradez.
Y no había manera de convencer a la mayoría de otra cosa.
Y alguno seguirá diciendo que en este blog solo se alaba al Gobierno…
Alaba..alalbi alaba alabim bomba….jeje.