Carlos Hidalgo
Esta semana hemos asistido a un inédito desplome de la libra esterlina al poco de anunciar Liz Truss, Primera Ministra del Reino Unido, su “mini presupuesto”, consistente en una bajada radical de los impuestos. Tan radical, que los presupuestos no han sido considerados viables por los mercados y éstos han apostado en contra de la moneda británica con éxito.
Para empeorar las cosas, se ha sabido que el ministro de Economía británico, Kwasi Kwarteng, tuvo una reunión previa con los mayores poderes financieros de la City, en los que habló de sus planes presupuestarios antes de hacerlos públicos, lo que fue recibido con murmullos de aprobación y exhortaciones a recortar más impuestos aún. En cuanto acabó la reunión, esos mismos banqueros se lanzaron a apostar en contra de su propia moneda y a vender deuda pública británica, empeorando aún más la situación del Reino Unido ante los mercados.
El Banco de Inglaterra se ha visto obligado a intervenir, comprando deuda pública para evitar un mayor desplome de su precio y ha reafirmado su intención de subir más los tipos de interés para acabar con la inflación.
Esta subida de tipos hará que la gente que paga hipotecas en el Reino Unido vea cómo las cuotas mensuales escapan a su control lo que, unido a los precios de la energía y el aumento generalizado de precios, pinta a que este invierno no sólo habrá personas que no puedan calentar sus casas, sino que es bastante posible que tampoco se puedan permitir tener una casa.
Por supuesto, el mercado inmobiliario británico está absolutamente fuera de control y los precios de las ciudades, ya sean de compra o de alquiler, están fuera del alcance de cada vez más ciudadanos, aunque no se interviene porque se espera que el mercado, de alguna manera, se regule solo.
También se han levantado voces críticas contra la subida de tipos, que es considerada como una medida canónica para reducir la inflación, pues se supone que esta se debe a un exceso de capital en circulación; esto es: a que la gente tiene demasiado dinero para gastar. Pero es que parece no ser el caso; ni en el Reino Unido, ni en el resto del mundo, porque la subida de precios se debe a la escasez causada por las rupturas en la cadena mundial de suministros provocada por la pandemia, por el aumento del precio de la energía provocada por la guerra de Ucrania y por el caos provocado por el Brexit, que sacó al Reino Unido de mala manera del Mercado Único Europeo. De hecho, es más que posible que la subida de tipos lo que provoque es un frenazo en la economía que empeore las cosas, que no afecte a los precios, que aumente la pobreza y que fuerce una recesión profunda en la economía del Reino Unido. Todo ello unido a unos “mini presupuestos” que van a forzar recortes en los mecanismos sociales del Estado y que rompan la mínima red de seguridad que el Estado de Bienestar ofrecía a los ciudadanos.
Tanto la subida de los tipos, como la bajada de impuestos, como la austeridad y el recorte en los servicios públicos con mantras monetaristas, se repiten rutinariamente desde la crisis del petróleo de los años 70 aunque no han logrado demostrar con datos su eficacia. Lo mismo ocurre con la Curva de Laffer, que es charlatanería seudocientífica y con la “trickle down economics”, que dice que si los ricos tienen más dinero estarán más dispuestos a gastarlo y, por tanto, a reinvertirlo en la economía, algo que no ha pasado en 50 años.
La crisis de 2008 ya puso a prueba esos dogmas, aunque se aplicaron igualmente. Y en esta crisis, insistir tanto en su aplicación no sólo es el equivalente económico a rezar a un santo para que llueva, sino que son medidas que pueden agravar más la situación. Y aun así, como las letanías a los santos para que hagan milagros, se repiten. Pese a lo que le está pasando al Reino Unido y pese a que en España lo defiendan algunos de los peores gestores que han sufrido las cuentas públicas.
Se refiere sin duda como algunos de los peores gestores a los socialistas andaluces cuyo lema recurrente ha sido durante 40 años “ levantar Andalucía” hará que los andaluces han dicho basta.
Y también a los nacionalistas catalanes y sus socios extravagantes porque solo hay que fijarse en la evolución del PIB de Cataluña en comparación con la evolución del PIB del conjunto español o de la comunidad autónoma con la que los separatistas se comparan continuamente, Madrid, muestra la pérdida de dinamismo económico y de la primacía económica respecto de la capital de España. La decadencia de Cataluña en las últimas décadas es clara, indiscutible, si atendemos a la renta per cápita respecto a la española o la de Madrid; o a la competitividad en conjunto de regiones europeas o, de nuevo, Madrid; o a la conversión de Cataluña en una suerte de “infierno fiscal” al ser la comunidad autónoma que impone los mayores recargos en los tramos autonómicos de impuestos estatales (IRPF e impuestos especiales). Ha añadido nada menos que quince tributos propios (la segunda comunidad autónoma en tributos propios ha creado sólo seis).
En fin , usted dirá .