Carlos Hidalgo
Vais a perdonarme que no hable de la actualidad política española esta vez y es porque la semana pasada, The Economist, publicación de referencia internacional, publicó un reportaje acerca del lento crecimiento de las economías latinoamericanas con el siguiente título: “Una tierra de trabajadores inútiles: ¿Por qué los trabajadores latinoamericanos son tan increíblemente improductivos?”.
Las protestas no se hicieron esperar y en el semanario, lejos de pedir disculpas, se limitaron a cambiar “una tierra de trabajadores inútiles” por “una tierra de trabajadores frustrados”. Y se añadió una nota del editor en la que se especificaba que no era tanto una crítica a los trabajadores, sino a la falta de oportunidades educativas, al desgobierno, etc. Pero el mal ya está hecho.
La prensa económica de referencia ya ha hecho comentarios igual de dañinos en otras ocasiones y no son nada baladíes, porque a la prensa salmón la suele leer precisamente quien la tiene que leer. Y esos prejuicios no sólo condicionan a los agentes económicos, sino que pueden tener consecuencias muy serias.
Esos tópicos hicieron que se enfocara la crisis de 2008 como un castigo a los pecados de los países del sur de Europa, agravando una recesión que ya era de por sí grave, sin solucionar los problemas estructurales de la zona Euro, llevándose por delante al sistema económico griego y dañando gravemente al español, irlandés e italiano. Esos titulares llenos de menosprecio y superioridad ayudaron a avalar unas políticas erróneas que costaron literalmente vidas, que dejaron a muchos países más débiles que antes de la crisis y que ayudaron a sembrar las semillas del crecimiento de la ultraderecha, en el norte y en el sur.
Esa autocomplacencia llevó a ese ridículo reality show y explosión nuclear a cámara lenta llamado “Brexit”. Y a no prever los problemas estructurales que ahora atraviesan Alemania y los Países Bajos, esos que señalaban con el dedo respaldados por la prensa salmón.
Aún recuerdo una infame entrevista a Mario Draghi (entonces gobernador del Banco Central Europeo) en la que este contaba cómo sus padres le inculcaron una fuerte ética del trabajo y el entrevistador respondió: “Esa es una virtud muy alemana, ¿no le parece?” A lo que un abochornado Draghi tuvo que replicar recordando que hay gente muy trabajadora en todos los países.
Ese displicente supremacismo anglosajón del propio Economist es ciego a las circunstancias de su propio grupo, que tuvo que ser vendido a los japoneses de Nikkei debido a que la pomposidad, la autocomplacencia y la ironía habían llevado a una gestión ruinosa de la publicación.
Como bien han recordado varios periodistas y académicos a The Economist estos días, se espera de una publicación de referencia que supere esos viejos tópicos racistas y que se pare a pensar si algunas de las situaciones ruinosas de las que hace mofa, como las de Latinoamérica, no se deberán a implantación de políticas económicas que desde esa revista se apoyaron con entusiasmo. Y si los dirigentes políticos y empresariales latinoamericanos realmente se van a repensar sus malas políticas si se empieza por cargar la culpa en los trabajadores, que son quienes las sufren.