Alfons Salmerón
Esta semana hemos asistido al adiós de Ada Colau. Su despedida del Ayuntamiento de Barcelona y de la coordinación de Catalunya en Comú es todo un símbolo del fin de un ciclo que empezó en 2015 y se cerró en las pasadas elecciones municipales. El ciclo de la llamada nueva política que se fraguó en las plazas en el 2011 como respuesta a la crisis del 2008, que cristalizaría con la creación de Podemos en las europeas del año anterior y que en Barcelona ciudad tuvo una expresión muy particular en la formación Barcelona en Comú, cuya base fundamental fue el movimiento contra los lanzamientos hipotecarios que en aquellas fechas proliferaban en toda España, bajo las siglas de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), de quien la ex alcaldesa de Barcelona fue su portavoz.
El fulgurante ascenso y caída de la nueva política y del espacio que representa Ada Colau es digno de estudio. Todo lo que ha ocurrido en la historia política de nuestro país en tan solo nueve años podría explicarse a partir de la irrupción de ese espacio político que conquistó alcaldías importantes en aquel verano de 2015 con Madrid y Barcelona a la cabeza pero también Valencia o Zaragoza.
La historia a partir de ahí es de sobra conocida, meses más tarde en las elecciones generales de diciembre, Podemos irrumpiría con un 20 % de los sufragios en el Congreso de los Diputados abriendo una etapa política que culminaría con la moción de censura, repetición de elecciones en 2016 y moción de censura contra Mariano Rajoy que llevaría a Pedro Sánchez a la Moncloa y a Unidas Podemos a formar parte del primer gobierno de coalición desde la recuperación de la democracia en España.
No es objeto de este artículo analizar las causas internas y externas que llevaron a la volatilización de ese espacio, del que no ha sido ajeno el fenómeno político que significa Pedro Sánchez y el sanchismo, el ascenso, caída y desaparición de Ciudadanos, el surgimiento de Vox y las particularidades del procés independentista de Catalunya. Sin duda, nuestro país ha producido más historia política en la última década de la que puede digerir.
Pero volviendo a Colau y lo que su adiós representa, considero que es oportuno señalar cuál ha sido su aportación a la política de nuestro país y muy particularmente a la política municipal. En su haber es justo destacar que bajo sus ocho años de mandato, Barcelona ejerció un liderazgo destacable en las políticas públicas municipales más innovadoras que inspiró a otras ciudades de nuestro entorno. No hay que olvidar que Barcelona en Comú nace en su origen como un movimiento netamente municipalista, que surge en y para la ciudad condal. No tiene vocación de país, aunque es consciente desde su inicio que debe confluir con otras fuerzas políticas si quiere conquistar la alcaldía. Colau en ese momento no es una política con proyección en Catalunya ni mucho menos en España y acepta a regañadientes la confluencia con los herederos de las viejas organizaciones de izquierda alternativa y verde (ICV-EUIA) y con cierta desconfianza a los chicos de Pablo Iglesias en Catalunya, de hecho, negocia ferozmente la lista de las municipales en las que impone a su gente de confianza y pasa el cepillo a la izquierda tradicional que no tiene más remedio que aceptar la limpia de todo lo que huele a vieja política, a la que por entonces se les llamaba casta.
Barcelona en Comú gana las elecciones contra todo pronóstico y consigue gobernar con el apoyo del PSC. Entre sus logros hay que contar la capacidad para poner en la primera línea de la agenda política cuestiones como la vivienda, la equidad social, la participación o la transformación urbana. Su gestión tuvo éxitos notables con decisiones controvertidas y valientes como la creación de un servicio de dentista municipal, la creación de una agencia municipal energética o la transformación urbana en un tiempo récord de amplias zonas en buena parte de los distritos como la pacificación de la Meridiana o la creación de las llamadas Illes verdes. Pero si en algo fueron especialmente transformadoras sus políticas fue en el apartado de la movilidad llevando a cabo una verdadera revolución pacificando el tránsito y entregando el espacio público al peatón y a la bicicleta. Fue valiente en un discurso arriesgado y muchas veces incomprendido contra la masificación turística y la especulación urbanística para defender el acceso a la vivienda, aunque a todas las luces, sus políticas no pudieron responder a las expectativas creadas. Durante su primer mandato, o durante una primera parte de su mandato, flotaba en el ambiente la sensación de que era posible gobernar de otra manera,
Su segundo mandato fue diferente, las batallas internas en el fallido intento de construcción de un nuevo sujeto político a escala nacional ya se habían iniciado y habían empezado a pasar factura. El acuerdo de investidura, que necesitó el apoyo de Manuel Valls para arrebatar la alcaldía a ERC, que había ganado las elecciones, traicionando el pacto tácito entre ambas formaciones de respetar la lista más votada, con los hechos del 1 de octubre todavía muy recientes, le pasó factura. Tengo la sospecha, aunque sólo se trata de una intuición que no puedo demostrar, de que aquella fue una decisión que tomó contra sus propias convicciones, quedando atrapada en la maniobra preparada en la cocina del PSC. Aquella noche electoral empezó a escribirse la amarga derrota de cuatro años después. Creo que nunca pudo digerir del todo la traición de su concejal de cultura y actual alcalde que tras ganar las elecciones decidió no continuar con el gobierno de coalición de izquierdas.
Entre los fracasos de su mandato cabe contar el fallido intento de construir un nuevo sujeto político en Catalunya. La dimisión de Xavier Domènech dejó muy herido el proyecto de Catalunya en Comú, un proyecto en el que probablemente nunca creyó del todo, Ada siempre soñó con un movimiento municipalista a escala internacional y probablemente jamás le interesó la política catalana. Se vi obligada a poner su capital político al servicio de Catalunya en Comú aunque su raíz, su deseo y su proyecto estuvo siempre en la ciudad de Barcelona.
Ada, tal vez a su pesar, es un animal político en el mejor sentido del término con un talento innato para la comunicación política. Su verbo ha perdido nervio y capacidad de transmitir emociones como hacía al principio, probablemente porque la experiencia del pragmatismo político al que se ha visto obligada en el ejercicio de sus funciones le ha dejado un poso de amargura del que no ha conseguido despojarse. Sin embargo, sigue siendo un activo de considerable envergadura que aún no ha dicho su última palabra.
En tiempos en los que el bipartidismo vuelve a recomponerse a pesar de la tenacidad de un outsider como Pedro Sánchez, es justo reconocer que hubo un día en el que la ciudadanía de Barcelona comprobó que era posible hacer política de otra manera de la mano de aquella mujer que emocionó al su auditorio de aquella primera noche electoral al grito de “Orgull por hacer posible lo que era imposible”.