Juanjo Cáceres
Esta semana se inicia la campaña de la Declaración de Renta del ejercicio 2023, un impuesto que grava a casi la totalidad de ciudadanos que obtenemos alguna forma de renta, hagamos o no la declaración. Porque es verdad que cada vez hay más personas excluidas de la obligación de presentarla, pero salvo que sus rentas estén expresamente exentas o resulten muy bajas, ello no es debido a que no tributen, sino al hecho de que previamente ya se ha asegurado el Estado de cobrarles por la vía de las retenciones a cuenta del impuesto.
En efecto, una inmensa mayoría de personas pagamos la Renta. Asimismo, la totalidad de ciudadanos pagamos el IVA en nuestra vida diaria y luego hay algunos impuestos, como el de sucesiones y donaciones o el de patrimonio, cuya tributación ya no es tan frecuente. Ello en parte es debido a las exenciones de que se goza en algunas comunidades autónomas, pero también hay una razón más práctica: el que para tributar sobre ello, primero ha de existir alguien que te dé algo, que te haga heredar algo o al menos que tengas algo. Y esas condiciones ya se dan en muchos menos casos, porque no todos los mortales empezamos en la misma casilla de salida y además, mientras algunos recorren el tablero de la vida calzados con botas de siete leguas, a otros no les queda más remedio que caminar muy lentamente para a duras penas poder ir solventando sus necesidades más básicas.
Pocas veces se subrayan las estrechas correlaciones que existen entre la oposición a esos últimos impuestos mencionados y la voluntad de los poseedores de elevados ingresos y valiosos bienes de no tributar nada cuando algo grande les va a caer del cielo (nunca mejor dicho). El imaginativo lema de denominar al impuesto de sucesiones el impuesto de la muerte, forma parte de una tendencia de rechazo que se ha manifestado a lo largo del tiempo, generando una gran diversidad de gravámenes en un estado descentralizado como el nuestro, de forma que existe aun en algunos lugares y prácticamente ha desaparecido en otros.
Así, se ha criticado, con razón, la casi supresión del gravamen de sucesiones que se ha producido en ciertas comunidades autónomas, por la clara fuente de desigualdades que representa y el dumping fiscal que revela. No les falta razón, sin embargo, a sus críticos, cuando afirman que los tipos altos impulsan el cambio de domicilio fiscal de los obligados tributarios, ya sea a territorios más favorables del mismo Estado o del extranjero. De ahí que el momento y la forma de gravar la riqueza y las grandes rentas debería ser motivo de mucho más debate y reflexión.
Pero debate y reflexión no es algo que abunde alrededor de los impuestos. Más allá de la voluntad de desacreditarlos y de calificar a los gobiernos de despilfarradores, no se plantean debates de cierta profundidad para hacerlos más justos y más eficientes. Hay que señalar, por cierto, que también relevantes sectores de la izquierda se han quedado en la reivindicación de la progresividad fiscal y en algunos lugares comunes, como el rechazo de la tributación indirecta, profundizando más bien poco en cuestiones más de detalle y en la realización de propuestas de reforma minuciosas.
Sí que han salido al paso últimamente algunas propuestas originales como la de la herencia universal, que Sumar copió a Piketty en la campaña de las pasadas generales, pero yo creo que justamente ello muestra de alguna manera esa falta de dirección del debate. Porque parece que en materia de herencias se podría reflexionar desde una perspectiva de izquierda aludiendo, en primer lugar, al hecho de que sobre el impuesto prima una visión de linaje sobre una visión igualitaria. De ahí que para gozar de reducciones en ese impuesto pueda resultar mucho más relevante el parentesco que la situación socioeconómica del beneficiario.
Son millones las consideraciones que podríamos hacer sobre los impuestos en general y sobre la Renta en particular, pero todas deberían desembocarnos en concluir que la suficiencia en el esfuerzo fiscal y la equidad en el reparto de cargas deberían de ser pilares indiscutibles de nuestra arquitectura impositiva. Pero nos ha costado mucho hacer evolucionar la Renta hacia un mejor equilibrio entre la contribución de las clases más populares y las de mayores ingresos, y estas últimas siguen disponiendo de múltiples estrategias a su alcance para que la tributación alcance realmente al conjunto de sus rentas y bienes.
Entre estas estrategias cabría destacar, para acabar, el acceso desigual a los conocimientos fiscales y espacios profesionales de planificación y apoyo tributario. Porque lo cierto es que mientras unos van respondiendo según se van encontrando, otros saben dónde dirigirse y a quién preguntar. Y muchas veces es ese desconocimiento el que hace el reparto aun más injusto, precisamente por falta de planificación y por desaprovechar oportunidades fiscales.
De ahí que quizás un mundo más igualitario también pasa por una mayor conocimiento fiscal y una mayor cooperación mutua en el momento de ejercer nuestras obligaciones fiscales.
Muy de acuerdo en que es imperativa una enseñanza fiscal. Los números son malos consejeros si no se saben leer y entender. Pero la igualdad no es algo muy frecuente . Más bien una entelequia.