Barañain
No sé si muchos de los que se asoman a este blog tendrán la costumbre de incluir la visita a determinados cementerios singulares en sus desplazamientos turísticos o si lo considerarán una costumbre morbosa, un signo de mal gusto o, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo, habiendo tantas cosas magníficas que contemplar por esos mundos de Dios. Confieso que en más de una ocasión yo he caído en esa tentación y no sólo con los cementerios más célebres, esos que se mencionan en cualquier guía turística (el Highgate de Londres, el cementerio judío de Praga, el de Génova, el Pere Lachaise parisino, etc…). Es más, en muchas ocasiones si no he podido cumplir esa costumbre ha sido más por falta de tiempo (y porque me pillaba muy a desmano) que por falta de ganas.
Sin embargo, paradójicamente, nunca he sentido el impulso de visitar el lugar donde reposan los restos de mis ancestros, ni con motivo de los aniversarios de su desaparición ni, menos aún, en la fecha señalada del día de difuntos. En realidad nunca me ha parecido buena idea esa de que haya un lugar concreto, físico, para esos restos por lo que ello implica de asumir una determinada responsabilidad hacia el lugar como punto de referencia para el recuerdo socialmente obligado, al que periódicamente se ha de volver o simplemente hay que mantener y perpetuar.
Dado que los momentos de duelo no son la mejor ocasión para librar esas batallas en el entorno familiar (¡por la paz, un ave maría!), llegado el caso tiende a imponerse el criterio de fijar esa referencia espacial. La generalización de la cremación de los cadáveres no ha resuelto la cuestión pues, al menos por aquí, lo único que ha cambiado es que ahora lo que se deposita en tierra y se cubre con la lápida son las urnas con cenizas en vez de los féretros. No sé si la cosa cambiará en el futuro y conseguiré que llegada la hora se deshagan de mis cenizas de la forma más prosaica posible (o sea, por el desagüe más cercano) pero tiendo a dar la batalla por perdida.
En cualquier caso, asumo que soy bicho raro y entiendo que para mucha gente sea un motivo de angustia carecer de ese punto concreto al que acudir (o simplemente saber que existe) y que prescindir del mismo lo ven como una traición o una falta de respeto a los antepasados. Eso, más que otra cosa, debe ser lo que mueve a la visita a los cementerios del 2 de noviembre, el “día de los fieles difuntos” en el calendario católico. Año tras año, esa celebración da lugar a excursiones masivas desde las ciudades a los pueblos de origen, para visitar, flores en mano, las tumbas familiares previamente adecentadas, y demostrar así que sigue vivo el recuerdo de los seres queridos. Porque de lo que se trata es, supongo, de exteriorizar ante los demás (aunque sea sólo ante el propio entorno familiar) ese recuerdo, no del recuerdo en sí que, obviamente, en tanto que experiencia íntima no requiere de fechas prefijadas por el santoral ni de demostraciones colectivas.
Como ocurre con otros muchos ritos católicos su apariencia externa pervive, pese a su decreciente relevancia social y cada vez más desprovista de su significación religiosa original. Imagino que pocos de los que asistan dentro de unos días a los cementerios lo harán pensando en que han de dedicar sus oraciones a aquellos que en vida no tuvieron tiempo –o ganas- de expiar todos sus pecados y no pueden por ello alcanzar la gloria. Porque para la Iglesia Católica se trataba de eso, de que los vivos ayudaran con sus oraciones y misas a los fieles difuntos que se habían quedado a unas décimas del aprobado (para subirles la nota, en expresión escolar), con un lavado póstumo de sus pecados menores.
También es cierto que esa visita al cementerio puede ser ya la única forma de relacionarse con la muerte, ese momento biológico inevitable que hemos conseguido hacer casi invisible en nuestras sociedades modernas, en las que ver morir a alguien en casa es una experiencia muy improbable. La medicalización de nuestra vida ha secuestrado la muerte. La última ocasión en que yo ví morir en mi familia fue cuando le ocurrió a uno de los abuelos y de eso hace ya casi cincuenta años (el hombre tuvo a bien fallecer a la par que el papa Juan XXIII y mis recuerdos de niño correteando por la casa entre adultos cariacontecidos se mezclan con las primeras imágenes televisivas que mostraban el solemne funeral en el Vaticano). También recuerdo que, inmediatamente después, la habitación donde había fallecido se reconvirtió en otra cosa; de algún modo estaba ya presente, supongo, el deseo de borrar el rastro de la muerte en el seno del hogar, lo que sería una constante en la vida familiar de la España del desarrollo. Años más tarde, ya demenciada, murió la abuela que vivía con nosotros, pero sus últimas semanas las pasó en el pueblo cuidada sólo por mi madre sin que los nietos –ya mayorcitos-, fuéramos muy conscientes del proceso.
Dicen los entendidos que los humanos, durante milenios, han querido encontrar sentido a la vida con rituales sobre la muerte, ya fuera para venerarla, para alejarla de sí o para burlarse de ella, como queriendo demostrar que no se la temía. La mejor muestra debe ser la del espléndido “día de muertos” mexicano, en la que ritos de origen prehispánico se mezclan con elementos católicos y entre flores, disfraces, jolgorio y calaveras se exalta la vida, como en una variante del carnaval. Por el contrario, nunca he sido capaz de entender la fiesta de Halloween que ahora veo extenderse por estos lares entre adolescentes, aunque me temo que es sólo contagio superficial de algo muy presente en los USA –creo que nunca he visto manifestación de masas mayor en mi vida que el desfile de Halloween que una vez presencié en Manhattan -, y sólo una ocasión más para la fiesta y el beneficio comercial de algunos avispados.
En cualquier caso, es obvio que en las sociedades modernas los rituales relacionados con la muerte son cada vez más escasos. Algunos atribuyen a esa «ocultación» la aparición de nuevas formas de consumo dentro de la cultura popular, de manera que el éxito de determinados sitios turísticos, atracciones o exposiciones relacionadas con la muerte -ya se presenten y comercialicen con un pretexto educativo, como entretenimiento de masas o como un recuerdo histórico-, en realidad de debe a que atraen a gente que está ávida de «consumir la muerte» como una mercancía más.
En el ámbito universitario ya hay algún instituto dedicado a la investigación de lo que los británicos llaman “dark tourism”, esto es, la fascinación o curiosidad de las personas normales y corrientes por visitar lugares asociados a la muerte: el lugar donde murió un personaje célebre o donde se cometió una escabechina o la visita al cementerio singular con la que iniciaba este artículo. He leído a unos sesudos profesores universitarios ingleses que se trata de un consumo substitutivo que obedece a la necesidad que tienen las personas –en determinados momentos de su vida- de mirar cara a cara a la muerte y corregir así el desequilibrio y la ansiedad causadas por ese secuestro institucional de la experiencia de “ver morir” a la que antes aludía. También me ha aclarado esa lectura que tal fascinación nada tiene que ver con perversiones ocultas o problemas mentales, lo cual me ha tranquilizado bastante.
Claro que la fascinación tiene sus límites. Reconozco que cuando visité el famoso cementerio bonaerense de La Recoleta deseaba más que nada encontrarme con algún grupo de devotos de santa Evita de Perón y lo conseguí (los porteños no defraudan). Pero en otros lugares las experiencias pueden ser más fuertes. Por ejemplo, un diario de Panamá informaba de que los problemas más comunes que presentan sus cementerios son “la inseguridad en las noches, la profanación de tumbas y los ritos satánicos” y que “cada vez que se sepulta a una persona se tienen que colocar piedras encima del féretro para que, en caso de inundaciones, no salgan flotando”. Creo que si me topara con algo así desaparecería mi fascinación por visitar tales lugares.
O he leído muy rápido o no he encontrado la razón de la vocación de visitador de cementerios del articulista, muy respetable por lo demás. Coincido con él en la absoluta falta de razones para visitar las tumbas de los seres queridos, que en mi caso son pocos, afortunadamente. Pero tampoco comparto su percepción de que dichas visitas respondan exclusivamente a la motivación de exteriorizar ante otros el apego a los fallecidos. Están las películas llenas de escenas en las que, generalmente el viudo, comparece ante al tumba de su querida mujer, sin testigos, para comunicarle lo mucho que la sigue queriendo o las últimas vicisitudes de su acontecer. Me puedo imaginar perfectamente en una situación parecida, si llegara el caso. Y al mismo tiempo, verifico que no he sentido la necesidad de hacer algo similar respecto a mis allegados fallecidos, con los que, no por ser pocos, siento que mantengo un vínculo sentimental profundo. Eso sí, no tengo ningún interés en visitar cementerios por interés puramente objetivo. En puridad, las escenas peliculeras a las que me refería, generalmente visionan una tumba aislada de cualquier otra. Así imagino yo mi «comunicación» con mi ser querido desaparecido, más profunda quizás que en mi soledad en cualquier otro sitio.
Por si el articulista tiene mono le mando estas imágenes. Y que le sirvan también para capear una crisis, que tambien deseamos lo sea a título póstumo.
Joselito y Paquirri ……va por ustedes!
http://www.photaki.es/foto-mausoleo-del-torero-joselito-sevilla_123983.htm
Pos mira. No sabía yo que en el mausoleo de Joselito tambien se encuentran los restos de su hermano Rafael el gallo y de Igncio Sánchez Megía (su yerno). Con los tres y Paquirri, que lo tienen enfrente, se forma una buena terna.
Y por si la queda més tiempo al articulista aquí tiene el aviso, de hace un año ahora y que encuentro en internet, de otra tumba que estaba a punto de levantarse.
http://infocatolica.com/blog/elolivo.php/1011160613-la-tumba-de-zapatero
Gracias por el artículo, Barañain. Se agradece salir de los monoremas habituales, y además, es una semana perfecta para abordar el asunto de los cementerios.
Comparto todo lo que en el artículo se comenta. Curiosamente, en mi entorno, todavía hay gente que ve mal la idea de incinerar, y eso lo comprobamos cuando murió mi abuela este verano. Incluso algunos no se terminaban de creer que era el deseo de mi abuela el ser incinerada, como lo fue de su hermana en su momento.
Como LBNL, tampoco son muchos los seres queridos a los que tendría que visitar a un cementerio (cuestión de tiempo, me temo…), pero recuerdo que una vez que fui a visitar la tumba de mi abuelo paterno, no sentí nada de particular, y eso que de mi abuelo me acuerdo muy a menudo.
Los cementerios, los ritos funerarios forman parte de la cultura de los pueblos, y en ese sentido tienen su interés. Por ejemplo, en Alemania recuerdo que parecían parques, más que nada. De hecho una vez, en Rotenburg, algunos empezamos a curiosear lo que nos parecía un parque bonito y cuidado y resultó ser un cementerio.
Y por ejemplo, en Luarca, uno de los sitios más hermosos de visitar es el cementerio, construido sobre un alto sobre el mar…
Le recomiendo a Barañain el libro de Cees Nooteboom, «Tumbas de poetas y pensadores», donde además de buena literatura encontrará un excelente inventario de cementerios del todo el mundo. Todo un festín para los incondicionales del género 🙂
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The Walking Dead
http://economia.elpais.com/economia/2012/10/29/actualidad/1351520497_933013.html
Me ha gustado mucho la pieza de Barañain, sobre todo por lo variado de los recuerdos que evoca. Que si cementerios famosos, que si familiares desaparecidos, que si lo que a uno le gustaría que pasasen con sus huesos, que si el dark tourism,etc. Da para que ahora vayamos viniendo contando cada uno nuestras historias al respecto, cosa que, se supone, es para lo qeu se hace un blog.En fin, al tajo entonces.
No soy aficionado a visitar cementerios, pero si lo hice en Edimburgo por ser, también una necropolis recomendada. Recuerdo un epitafio de alguien que había muerto a principios del siglo XX, un hombre relativamente joven, en sus 30 o 40,y cuya lápida decia «All passion spent» (viene a significar «pasó toda pasión» o «se agotó toda la pasion»). Me hizo pensar, de hecho alguna vez recuerdo todavía la frase de marras y le doy vueltas a por que diría aquello el muerto, o los deudos del muerto. Quien le iba decir a aquel escocés, de alguna manera apasionado, suponemos, que iba a tocarle las narices a un español nacido casi un siglo después. ¿Será eso la inmortalidad y no tanto concepto trascendente? A saber.
Creo que necesitamos algo para despedirnos de nuestros muertos. Quizás no estribe tanto la diferencia entre o quemarlos o enterrarlos. Yo le concedo mucha importancia a ese ritual entre laico y religioso que es el velatorio, donde la familia y los amigos se juntan, donde hay ratos que la gente se emociona, pero también se ríe (porque pasa) , donde se manifiesta un poco a lo moderno, el concepto de tribu. Creo que da consuelo y permite, de algún modo, decir adios y cerrar etapas. Opiniones hay. En mi caso particular a mi me gustaria descansar eternamente hecho ceniza, batido contra las playas de Menorca, lugar donde no recuerdo haber pasado ni una décima de segundo mala.
En cuanto al turismo oscuro,o ambulante crónica negra, hace unos diez años por aproximadamente 10 libras de la época, en Londres hice un Tour donde una guía de voz excelentemente timbrada, nos llevó por la ruta de Jack el Destripador. Entiendo que no es lo que uno pueda decir en una entrevista de trabajo o para buscar novia, porque queda macabro y «friky», pero el paseo era bastante entretenido.
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Hablando de muertos y cementerios, El Pais de nuevo tiene a bien decepcionarme. En un Editorial que lleva por título ni mas ni menos que «Lo que necesita el PSOE» se dedica fundamentalmente a ajustarle las cuentas a Griñan, por hablar, a echarle un capote a Rubalcaba y sobre lo que se necesita (que para eso se lo lee uno ) tres palabras, no más «capacidad de integración».
Para este viaje no se necesitaban alforjas, la verdad, ni echar las patas tan por alto.
http://elpais.com/elpais/2012/10/29/opinion/1351540039_457032.html
Por cierto, poco hemos hablado aqui del ERE, cosa que a mi me gustaría.
http://elpais.com/elpais/2012/10/29/opinion/1351540039_457032.html
Polonio, como de costumbre, me ha tomado la delantera con su link…
En cuanto a lo que comenta Jose de los velatorios… Lo cierto es que varía mucho el ambiente según la edad de la persona. Cuando se trata de gente que era ya muy mayor, el ambiente siempre es un poco más relajado, un poco más distendido, dentro de lo que cabe. En este sentido recuerdo como una pesadilla el de un tío mío que murió repentinamente, con 38 años (de eso, hace ya como 20 años, cielos…)
En cambio, mi padre contaba la visita que hizo al velatorio de uno de los mejores amigos de mi abuelo. Ese señor, excombatiente republicano como mi abuelo, murió muy, muy mayor y sin muchos problemas de salud. Mi padre y la hija de difunto se pusieron a hablar de su mote (mi abuelo le llamaba la Vampiresa Charra) y de cómo provocaba en el frente a los nacionales, y se echaron unas buenas risas, ante el desconcierto de muchos de los que estaban por el velatorio…
¿Te refieres al ERE de El País? La pena es que no despidan a Cebrián… con 20 días por año trabajado, ect,ect…
Buenos días.
Gracias a todos y todas por los comentarios de ayer. El día acabó con la noticia de la abstención del PSOE, precisamente, ante la iniciativa de Izquierda Plural sobre dación en pago. La cultura del pacto que defiende el cadáver político Rubalcaba parece ser que sólo funciona con el PP. Mucho hablar de que no se trata de cuestión de caras o lideratos, pero a la hora de la verdad tampoco se ofrecen las alternativas que la gente demanda. Razones formales y de matiz no deberían, con la que está cayendo, haber impedido apoyar medidas de otras formaciones y plantar cara políticamente al mastodóntico PP buscando amigos. Quedo cada vez más convencido de que el plan de Zapatero era quemar al PSOE en el altar de la Patria para quedar en la historia como Pater de la misma, y el Rubalcaba el de convetir al PSOE en un PASOK o en un nuevo PSI como el de los herederos de Craxi, como fuerza política auxiliar y minoritaria de los grandes pactos de Estado con la derecha. Los que aún estamos dentro podemos hacer poco.
Respecto del tema de hoy, me encanta: nadie vea que me atrae por fervor religioso ni por necrofilia. Me acerqué a la cuestión desde la literatura y desde el interés histórico. Cuando era pequeño y acudía con mi madre y abuela a la limpieza y ornato de todos los años a las sepulturas de mi abuelo, de mis bisabuelos y de las dos jóvenes primas de mi madre muertas en plena adolescencia por la tuberculosis, me encantaba recorrer la parte antigua del cementerio civil de Loja para leer las incripciones de las lápidas del siglo XIX y de las más antiguas de la década de 1780-1790, o contemplar las curiosidades, como la de aquella lápida de un hombre fallecido en la cantera de piedra y construida con la piedra que le mató o aquella otra en la se talló un reloj con la hora del fallecimiento del titular de la sepultura. Fechas las de Santos y Fieles difuntos en las que las castañas asadas, la repostería y las historias de miedo que nos contábamos entre la chiquillería me dejan mejor recuerdo que esta fiesta colonizadora del Halloween, que en mi adolescencia era una extravagancia propia de algún «guiri» que moraba en los Colegios Mayores de la Universidad de Granada. Mañana, mi niño va al cole público vestido de vampiro y con un cestito de calabaza para el truco-trato. En fin.
Decir que en mi provincia de residencia existen cuatro cementerios más que reseñables artisticamente: el de Casabermeja, cuyos altos panteones encalados son visibles desde la autovía cuando bajas desde el puerto de las Pedrizas, y en el que se realizan visitas culturales guiadas y cuya capilla secularizada se ha convertido en espacio escénico; el cementerio redondo de Sayalonga, único en España con ese diseño circular y radial; el cementerio inglés de Málaga, en pleno Paseo Reding, donde reposan los restos mortales, entre otros, de Gerald Brenan,; y el viejo Cementerio de San Miguel, en Capuchinos, inhábil para su fin original sustituido ya por el moderno Parque Cementerio en Campanillas, y para cuya conservación y restauración se constituyó la Asociación de Amigos del Cementerio de San Miguel, en aras a devolver dignidad a un recinto con unos conjuntos escultóricos para los que se pide declaración de bienes de interés cultura o como patrimonio histórico-artístico.
Enhorabuena por el artículo.
Posdatilla: referirse a Ferraz y al PSOE al hablar de cementerios era inevitable. Estaba cantado. De hecho, me acaba de llegar un «guachap» de un amigo que afirma que las reuniones de la Ejecutiva Federal parecen el video de «Thriller» (Michael Jackson).
Feliz día.
LBNL
Haciendo turismo he tenido esa costumbre y no necesariamente en los casos de necrópolis famosas. Más de una vez me han interesado pequeños cementerios rurales, a menudo abandonados; por no hablar de muchos que aquí, en el norte, suelen ocupar a menudo lugares privilegiados y disfrutan de excelentes vistas, como menciona MARTA. ¿Por qué motivo? Supongo que curiosidad histórica.
Respecto a las visitas familiares a las tumbas y sus motivos, me refiero no a cualquier visita (independientemente de que esa no sea mi costumbre) sino a las que se hacen “el día de las visitas”, o sea, el de los fieles difuntos, que ya está al caer.
FERNANDO
Gracias por las imágenes (aunque creo que al gran Mariano Benlliure se le fue un poco la mano con el mausoleo taurino ese). Impagable la página clerical del cura con tupé (esa, la tumba de Franco, es una que no tengo intención de visitar), salvo que se pudiera hacer con el personaje lo que la curia vaticana hizo con un papa caído en desgracia (creo recordar que se llamaba Formoso o algo así) al que lo sacaron de su tumba, le juzgaron de “cuerpo presente” y lo condenaron a título póstumo, cortándole los dedos, le rehabilitaron más tarde y posteriormente volvieron a sacarle para juzgarlo de nuevo y despedazarlo (¡que ejemplar es la historia católica!) y arrojar sus restos al río. Con un par.
POLONIO
Se agradece la recomendación. Hoy mismo caerá.
JOSE D. ROSELLO
De acuerdo en lo de la despedida. La última vez que estuve en un velatorio la verdad es que me reí un rato (viendo a una lunática que se hacía con un resto de cenizas por las propiedades electromagnéticas que, según creía, tenían ya que las de su padre las había tenido durante años en la sala de casa, encima del aparato de vídeo y a veces este se encendía solo, misteriosamente). Ah, la familia….que juego da!
En cuanto a lo de aventar las cenizas…no sé. En el cien queda muy bien pero en la vida real suele ser un peñazo. Además, te cambia el viento y zas!…todos hechos unos zorros con restos del difunto por encima. Y por si fuera poco, la obsesión higienista de las autoridades está al quite para que no las arrojes por cualquier sitio. Nada, nada,…¡por el lavabo! (o mejor, dejarlas en el crematorio…total, las que te entregan en la urna lo más probable es que no sean estrictamente las que piensas, sino una mezcla de lo que se ha ido incinerando en la sesión).
………………….
¿Y la editorial de El País? Una bobada, sin interés alguno.
Lo que dice Barañain de las cenizas me recuerda a un capítulo de Frasier de las primeras temporadas, tremendamente divertido, en el que el hermano de Frasier (el inolvidable Niles) tiene que decidir dónde arrojar las cenizas de una vieja tía cascarrabias. Al final, después de intentos varios de abrir la urna, las cenizas acaban casi todas por encima de Frasier y Niles…
también salen cenizas voladoras en El Gran Lebowski…
Gracias por el artículo D. Barañaín. Hay lugares donde los cementerios son un encanto. En Mallorca el de Deià 🙂
http://www.google.co.uk/imgres?q=cementerio+deia&hl=en&sa=X&gl=uk&biw=1024&bih=605&tbm=isch&tbnid=GwGBs-yxCEx_TM:&imgrefurl=http://www.baleareslive.com/fotos.php%3Fp%3Dcementerio%26id%3D8104%26l%3Des&docid=F66jTzJ5iPMPaM&imgurl=http://www.baleareslive.com/uploads/lugares/lugar_229/foto_8104.JPG&w=640&h=480&ei=Yb6PUNTbKsqI0AWxg4CoCQ&zoom=1&iact=hc&vpx=724&vpy=196&dur=249&hovh=194&hovw=259&tx=141&ty=123&sig=103509920821837834956&page=1&tbnh=142&tbnw=193&start=0&ndsp=12&ved=1t:429,i:79
Ojo con las cenizas, que no dejan de ser un residuo, no se pueden tirar en cualquier sitio. Rollo ecologista. Ha habido problemas creo con el tema en algunos lugares bucólicos.
Muy gran artículo.
Por las razones que señala Barañain, nunca he entendido el afán de los descendientes de víctimas de violencia política por recuperar los huesos de sus familiares, perdidos en cunetas y fosas comunes. Lo respeto y creo que si piden ayuda para ello el Estado debería concedersela, y que así puedan tener los huesos localizados e identificados, pero personalmente no consigo empatizar con las motivaciones que debe haber detrás de estas necesidades.
Estuve a punto de introducir un comntario sobre lo que plantea Cicuta acerca del intento de familiares de desaparecidos por recuperar los restos de los suyos, aunque en un sentido diferente. Lo descarté por que se alargaba mucho la cosa.
Én general yo tampoco comparto ese interés (aunque es difícil saber cómo actuaría si estuviera personalmente afectado) como tampoco lo de traer a cementerios nacionales a los que murieron en el exilio. Pero hay casos en los que se sabe el lugar más o menos, donde están los restos (por ejemplo, pienso en aquellos que ocupan una fosa -no recuerdo en qué ciudad-, sobre la que ahora se levanta un aparcamiento o algo así, o en los que se sabe en qué km aproximado de carretera está la cuneta donde se les fusiló) y supongo que tener ese dato debe crear una angustia menos soportable.
……
Muy agudo Salaberria al asociar el asunto de «cementerios y difuntos» con los comentarios surgidos respecto a la situación del PSOE..
A Senyor G.: ciertamente, me viene a la cabeza la aldea del Rocío. La escena de los hijos de Carmina Ordónez depositando allí sus cenizas, difundidos por los masivamente seguidos programas del colorín, produjeron un efecto llamada de urnas funerarias hacia tan simbólico lugar.
A Don Cicuta: en el caso de mi abuela, fue siempre discreta al respecto, creo que más por miedo que por otra razón; pero creo el saber dónde se encontraban los restos mortales de su hermano le hubiese sosegado espiritualmente. Como no se trata de padre o de abuelo al que yo haya conocido, no tengo ese interés, aunque sí considero óptimo un espacio para la memoria, que no tiene porque ser un monumento funerario. Supongo que en el caso de un coetáneo al asesinado, la cosa es diferente. Sentimiento personal.
Barañain: ¿Agudo? No, para nada, la referencia estaba cantada. Casi chiste fácil, diría yo.
Yo también visito cementerios haciendo turismo. El último, uno precioso en Berlín. Me gusta leer los epitafios, ver la edad a la que fallecieron, imaginarme algo de las circunstancias. Me gusta especialmente el cementerio civil de Madrid.
No visito jamás, en cambio, las tumbas de mis allegados. Los recuerdo sin ir a los cementerios.
No sé qué haría si tuviera un familiar directo enterrado en una cuneta. Supongo que pelearía hasta conseguir que lo enterraran en una tumba. Por una cuestión de principios y por respeto a la dignidad del asesinado.
Coincido con Salaberría: al ver el título del artículo, creí que iba a hablar del PSOE.