Doscientos catorce años después

Verónica Ugarte

“La medida de nuestro odio es idéntica a la medida de nuestro amor. ¿Pero no son éstas sino maneras de nombrar una pasión?”. Carlos Fuentes, “El Espejo Enterrado”.

“Si tu mueves ficha, yo muevo ficha”, palabras de José Maria Aznar refiriéndose a una supuesta charla que habría mantenido con Fidel Castro al llegar el español por primera vez a la Moncloa. Quiso apuntar alto y empezar a seguir una línea dura contra el gobierno de Cuba. Quiso que España entrara en los altos círculos de la política exterior, donde las potencias tienen un poder político y económico que les permite la injerencia en asuntos internos de los países que alguna vez fueron sus colonias.

Casi a finales de su mandato, Felipe González concedió una entrevista al diario mexicano “Reforma” donde afirmó con contundencia que el entonces presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari era el mejor presidente que había tenido México. Las reacciones contra esta declaración, no solo percibida como absurda por la oposición, y como fuera de lugar al tratarse de un asunto mexicano, pusieron en la picota a González ante varios segmentos políticos y sociales en el país norteamericano. Simple: no gusta que nadie hable de asuntos internos y para ello se tiene una gran sensibilidad. Y la Doctrina Estrada, fruto de los golpes diplomáticos recibidos a partir de la independencia: “México no reconoce o desconoce gobiernos. México establece relaciones diplomáticas”.

El año que se cumplió el quinto centenario en que Colón llegó a lo que después se bautizó como América, en México se inauguraron las llamadas Cumbres Iberoamericanas. Para sorpresa de todos, España y Portugal estaban invitados. Dichas Cumbres, de manera oficial, tienen como objetivo el acercamiento entre los países del continente, y la exposición de búsqueda de soluciones de los múltiples problemas endémicos de las diferentes subregiones. Años después persiste la pregunta, ¿es necesaria la presencia de España y Portugal?

Han pasado 214 años desde el inicio de la guerra de independencia. Han acontecido varios conflictos internos y externos en ambos lados del Atlántico. Pero el fantasma de la España imaginaria persiste. Para unos, se trata de ese invasor que destruyó civilizaciones centenarias y saqueó toneladas de oro para el enriquecimiento de la Metrópoli. Para otros, se trata de continuar siendo la madre vigilante de sus niños descarriados, sobre quien tiene la responsabilidad moral que no puede permitirse perder. Discursos vacíos y absurdos.

En los mismos noventa España empezó a invertir económicamente en la región. Y de manera torpe inició acercamientos con empresas que tenían una larga historia de negocios con EEUU. El choque fue brutal. No se entendía que, en el caso de México, pesase más 200 años de vecindad que 500 años de historia. Este es uno de los ejemplos en lo que queda claro que la península debe de trabajar duro y desde otro enfoque, el papel que quiere tener en las relaciones con los países iberoamericanos.

Entiendo perfectamente que quiera tener un peso mayor a nivel mundial, pero no puede olvidar que existe la Organización de Estados Americanos, donde no ocupa ni ocupará un lugar mientras EEUU esté presente. Cierto es que desde hace tiempo el otrora amo del continente ha girado la cara para atender problemas en el Medio Oriente y Rusia, por contar algunos. Pero las sillas están ocupadas.

Fidel Castro en su momento se rió de la arrogancia patriótica de Aznar. Con él fueron riéndose el resto de países debido a que el ex presidente hizo un bochorno diplomático gracias a su falta de estrategia real para confrontarse con el gobierno de la Habana. ¿Nadie le había advertido que Cuba siempre tuvo un guardián, y que además, retar a Castro era un juego del que nadie salía bien parado?

Esas son las dos patas que faltan en la mesa diplomática española con respecto a los países que en su momento fueron virreinatos y capitanías: arrogancia e ignorancia. La primera porque sigue sin aceptar que debe entender que dejar de lado el tono paternalista es imperativo; la segunda, porque continua sin entender que cada país está unido por el mismo idioma, pero al mismo tiempo han vivido procesos socio-políticos muy diferentes, y que el haber estado bajo el mismo yugo colonial no hace que compartan una historia homogénea.

Desde los incidentes con Venezuela y Argentina, mayoritariamente, se escucha tanto a la derecha como a la izquierda española llamarles “países hermanos”. Insisto, ese fantasma paternalista debe desaparecer para conducir una política exterior madura. Hay dejar de lado el pensamiento patriótico que alguna vez no permitía posarse la noche en territorios americanos. Al mismo tiempo, el infantilismo por parte de ciertos países americanos, buscando ayuda y desarrollo fuera de sus fronteras, olvidando que los problemas internos se arreglan internamente, evidencian su incapacidad para darle forma a unas democracias serias y fuertes.

España fue una pésima administradora, pero han pasado dos siglos desde que cada país eligió su camino y es absurdo e inmaduro continuar echando culpas de problemas actuales al fantasma del pasado. El gobierno mexicano y su irracional petición de disculpas es un paradigma de la intrínseca línea ya agotada de “los problemas los trajeron ellos”.

Veinticinco años han pasado desde la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela. Desde entonces un paso coherente no se ha dado. Parece imposible entender que los regímenes dictatoriales no entienden de pactos o diálogos. En este país se vivió una dictadura y se ha normalizado no tomar nota de la propia historia para aprender a gestionar el presente y el futuro.

Se le ha dado asilo político al hombre que la oposición venezolana considera ganador de los últimos comicios presidenciales. Pero las infortunadas palabras de la Ministra de Defensa tachando abiertamente de dictadura al gobierno de Maduro han desencadenado un conflicto diplomático del que no se ve solución a corto plazo. Otro fallo: la diplomacia es un arte que pocos pueden ejercer.

¿Por qué he hablado de la Doctrina Estrada? Porque es la Doctrina que México ha aplicado no solo para ser neutral en los conflictos, sino también porque favorece los principios de autodeterminación de las naciones y la no intervención en los asuntos internos. No por ello México se ha cruzado de brazos. Antes de romper relaciones con las dictaduras sudamericanas hizo lo posible para dar apoyo a quienes buscaron asilo en sus embajadas y llevarlos al país. Cuando estalló la guerra civil en Guatemala se lideraron las Conferencias de Contadora, y gracias a ellas se lograron resultados positivos en la resolución del conflicto.

Si España quiere ser sentarse en la mesa de los niños grandes, debe aprender mucho de Diplomacia, Historia y saber mantener a raya a quienes no tienen la potestad de hablar de temas que nos les corresponden. Y metiendo el dedo en la llaga, un poco de Geografía no está de más. La sensibilidad mexicana estalla cuando se afirma sin pudor que somos parte de Centroamérica.

Los problemas que enfrenta Sudamérica no son los mismos en cada país. Porque hay que entender que el Cono Sur tiene una realidad y una historia que no es la misma que países como Venezuela o Colombia. Que Cuba es caso aparte. Centroamérica se hunde poco a poco entre pobreza, desastres naturales y una deuda externa que es eterna. Y cierto país siempre ha vivido a espaldas de todos. Porque siempre ha considerado que es mejor ser cola de león que cabeza de ratón y solo se gira cuando se le pide ayuda.

Iberoamérica es complicada y diversa. Si no se la estudia y se la entiende, tal y como hace EEUU, muchos errores se seguirán cometiendo y muchos ridículos empañaran esfuerzos, que a mi entender, pueden ser o no necesarios.

2 comentarios en “Doscientos catorce años después

  1. Sin duda Europa es eurocéntrica y España es la antigua metrópoli y la mayor inversora en prácticamente toda iberoamérica, y me corrijo porque iba a escribir, latinoamérica pero no. Porque los lazos culturales son tremendos, nos guste – que a mí sí – o nos disguste y de ahí que haya y haya habido tantos españoles que vayan para allá y tantos latinos que vengan para acá. A España le viene muy bien Latinoamérica y a Latinoamérica le viene muy bien España, no solo como polo de inversión sino como abogado internacional de sus problemas y causas.
    Otra cosa es que los descendientes de los españoles allá renieguen de sus ancestros – matar al padre – y reivindiquen como propias las causas de aquellos a quienes sus antecesores reprimieron y esquilmaron, cuando fue el caso, que lo fue en muchas ocasiones. Pero mis antecesores se quedaron en España y no acepto que Fidel me diga que los españoles somos responsables de sus problemas: lo será su padre o su abuelo.
    Lo cual no obsta para que sí, en ocasiones desde España se confunda la geografía, se trate al continente como una unidad homogénea y más cosas. Pero en general, no creo pecar de eurocentrista o neocolonial al afirmar que en vista de lo que pasa en prácticamente toda Latinoamérica, el saldo de influencia español es netamente positivo, pese a los errores.
    Por cierto, ¿cómo no iban a participar España y Portugal en las Cumbres Iberoaméricanas que España impulsó? Y otra cosa, España no pretende entrar en la OEA.

  2. Buenos días,
    España no puede pretender entrar en la OEA porque tiene claro que no tiene lugar. Si me permite, los mejores historiadores acerca del subcontinente han sido alemanes y franceses. Hasta la fecha nadie ha superado los estudios de Humbolt, y eso es mucho decir.
    En cuando a las migraciones…. nadie deja su país por gusto. Aquí la situación es mucho mejor que allende los mares, pero las penas son mayores. ¿Un artículo acerca del tema?

    Por ultimo, «El laberinto de la soledad» de nuestro grande, Octavio Paz, revela grandes secretos.

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