Julio Embid
Cuando uno entra en el mausoleo de Mao situado en el centro de la Plaza de Tiananmén de Pekín tiene la sensación de entrar en otra época. Es como una puerta del Ministerio del Tiempo. Para empezar tienes que dejar las llaves, el móvil y las mochilas y todo lo demás en unas taquillas situadas enfrente al otro lado de la calle. Y entrar con la documentación justa, el pasaporte y el visado y vale. Tras hacer una larga cola llena de jubilados con pins con la bandera o la hoz y el martillo, recibes un cacheo a fondo y pasas al recinto. A la izquierda hay un puesto de flores amarillas, donde puedes comprar un ramo para depositar a los pies del fundador. Y una vez que entras en el mausoleo, unos soldados armados con gabardinas verdes y cara seria te exhortan a que pases lo más rápido posible. Sin pararte y por supuesto sin echar fotos porque tuviste que dejar todo en las taquillas. Ves de reojo a Mao de cuerpo presente embalsamado custodiado por cuatro soldados en gabardina verde y cuando te das cuenta ya has salido del recinto, que parece por dentro un tanatorio y te encuentras en la calle mirando a la puerta de Quianmen rodeado de tiendas de recuerdos de Mao. Bolis, mecheros, estatuas, pisapapeles, llaveros, banderines, cintas para colgar en el retrovisor del coche, ajedreces con las figuras con la cara de Mao y dulces con su retrato en el costado. Y es que ahí se acaba el comunismo porque han convertido a Mao en la Virgen del Pilar. Sigue leyendo