Extremadura en Feria

Ángel Ramos

Los extremeños somos los irlandeses de España. Como los irlandeses, somos más los que vivimos fuera de nuestro territorio histórico que los que viven dentro. Arrastramos también muchos tópicos negativos. Hagan la prueba mental y verán que si yo escribo “Extremadura” ustedes asociarán la palabra al adjetivo “seco” y a una imagen mental de la familia de Paco “El bajo” en la película “Los Santos Inocentes” (Mario Camus, 1984).

Incluso los que no sufrimos la miseria directamente en nuestras carnes -aunque a muchos de nosotros no nos separa más de una generación de esta-, lo cierto es que llevamos impresa la marca indeleble del topicazo de que somos salvajes, violentos (se nos describió así en “Pascual Duarte”), analfabetos y, en general, nos dividimos en dos grupos: señoritos y gente que agacha la cabeza retorciendo la boina entre las manos. Un cuadro. Sigue leyendo

“No corras mucho, papá”

Ángel Ramos

https://youtu.be/1ZDzVdYoEps

Muy bien le vendría al periodismo, así en general, hacerle caso a la inmortal Perlita de Huelva y darle un repaso a la letra de su “precaución, amigo conductor”. El temazo, protagonista de una de las campañas de tráfico más presentes en la cultura popular española pese a haber sido lanzada a finales de los años 60, podría servir para una campaña de concienciación del periodista medio que le advirtiera de los malos hábitos de pisar demasiado el acelerador.

No voy a descubrir el fuego si les cuento que vivimos, profesionales y público en general, bajo la dictadura del cronómetro. Hace unos años, cuando las redacciones olían a tinta, tabaco y a sobremesa larga, nuestros relojes estaban ajustados con algo llamado “cierre”: unas horas determinadas del día que servían para entregar el periódico del día siguiente si trabajabas en un periódico y unos días a la semana o al mes en caso de publicaciones o semanales. El proceso de composición de la noticia era más largo, claro. Se maquetaba y se editaban los textos en esos últimos momentos y, en el caso de algunas publicaciones, incluso se podían permitir el lujo de rehacer páginas completas, eliminar textos, reconducir líneas, suavizar o endurecer opiniones en el caso de las columnas, acabar de verificar los hechos etc. Eran esas horas y esos días los que enamoraban de la profesión, sí. Era entonces cuando el ambiente se ponía peliculero y llegabas a pensar que estabas haciendo algo que importaba a alguien. Se vivía una solemnidad para enanos donde se veían camisas arremangadas, nudos de corbata aflojados, poses de hacerse el periodista de tomo y lomo…en definitiva, de comernos un poco las pollas porque, coño, un poquito si te lo venías mereciendo, ¿no? Sigue leyendo