La muy dolorosa mudanza de Urkullu a Ajuria Enea

Barañaín

«En esta casa se ha llorado mucho», así se pronunciaba la mujer de Urkullu, en campaña electoral, ante el previsible triunfo de su marido y así lo recordaba el titular de prensa, con gran despliegue tipográfico, en vísperas de su toma de posesión como lehendakari. De entrada, si uno no conociera la apacible trayectoria de este político en medio de la tempestuosa vida social vasca de las últimas décadas, podría pensar que su mujer se estaba refiriendo a lo mucho que habían sufrido por su lucha denodada contra la dictadura o contra imposiciones e injusticias sin cuento, o por los duros golpes que tal vez la vida (ya se sabe: el infortunio, la pérdida precoz de seres queridos, el desempleo, la miseria, etc.) había infligido en el seno de su familia  o por haber tenido que asumir las consecuencias del  compromiso político de Urkullu  – ligado al aparato del PNV desde su más tierna adolescencia-, entre amenazas terroristas, asistencia a funerales de compañeros asesinados, acoso callejero y detalles de ese tipo, desgraciadamente tan “familiares” a los políticos demócratas vascos.

Nada de eso. Los subtítulos periodísticos enseguida aclaraban que era el obligado desembarco de Iñigo Urkullu  en el palacio de Ajuria Enea de Vitoria -sede de la presidencia del gobierno vasco y residencia oficial del lehendakari de turno-, lo que explicaba la terrible desazón en la que al parecer estaban sumidos su familia  y él mismo. Y es que, queriendo mostrar la cercanía y sencillez del nuevo mandatario, se nos contaba cómo “el deseo del lehendakari de mantener a su familia unida le ha supuesto un auténtico quebradero de cabeza” (El Correo, 7.12.12).  Un sinvivir.

Sigue leyendo