Barbie en la Casa Rosada

Gonzalo Caretti

Nace una nueva dinastía, llena de Glamour. La victoria en las elecciones argentinas de Cristina Fernández de Kirchner, o Cristina, como le gusta que la llamen, no deja de sorprender por más esperada que fuera. Pero pese a lo contundente de las  cifras, la suya no ha sido una victoria aplastante. Es cierto, no ha necesitado una segunda vuelta. Pero quizás se deba más a la inercia recogida de su marido, o quizás haya sido una oposición dividida, sin imaginación, sin alternativas, sin soluciones que ilusionen, o quizá la aplastante maquinaria del Merchandising a lo Spice Girls, nadie lo sabe.  Lo cierto es que, en un país donde es obligatorio votar, donde la sanción económica es lo suficientemente importante como para molestarse un poco en ir a meter un papelito en una caja, quizá el vencedor más importante haya sido la abstención.

Y es que, según la mayoría de los analistas, Cristina es más de lo mismo, eso sí, con una cara bastante más agradable. El cambio recién empieza, dice la presidenta electa, pero pocos confían en un cambio que realmente pueda ser productivo para el país que requiere soluciones a problemas concretos. Precedida por una campaña vacía de contenido, sin ofrecer soluciones concretas a problemas concretos – por lo demás, como sus rivales- ni respuestas a las sombras que oscurecen la recuperación económica de Argentina, posiblemente la elección de Cristina Fernández de Kirchner ha sido posible más por el conservador malo conocido que por sus proyectos. Por que, para sus detractores, la presidenta electa no tiene más programa que el de su marido.

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