Cuando Chávez se enamoró de mí…

Erika Fontalvo Galofre

Todo parece indicar que Hugo Chávez puso sus ojos en una mujer colombiana. Se trata de la presentadora de las noticias del Canal Caracol Erika Fontalvo. La periodista conoció a Chávez en un viaje que hizo a Venezuela cuando apenas empezaba a hacer campaña presidencial y al parecer desde entonces se fijó en ella. Pero cuando realmente dio el primer paso fue al poco tiempo de su posesión, durante una cumbre que Erika fue a cubrir. El mandatario venezolano le preguntó a su homólogo Andrés Pastrana quién era esa periodista. Desde entonces siempre que en el vecino país hay uno de esos eventos y se encuentran él la saluda muy afectuosamente y se muestra interesado en ella. Incluso, cuando ha habido temas difí­ciles que Chávez se muestra reacio a contestar, los periodistas venezolanos le piden a ella que haga las preguntas. «Qué más haría que contestarte a ti», dice el presidente y luego le responde. Y ahora que Chávez se separa de su esposa, Marisabel Rodriguez, seguramente podrá mirar más libremente.

Esta revelación que podría convertirme, de la noche a la mañana, en la nueva fuente de inspiración del seudo-programa familiar «Aquí­ hay Tomate», que me dedicarí­a horas y horas de concienzudos análisis y exhaustivas investigaciones, fue publicado en Semana, la revista de información general más importante de Colombia, el 22 de julio de 2002 (http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=64440).Un inofensivo comentario que, siendo fiel a la realidad, estuvo a punto de cambiar mi vida. No cabe duda, mi destino habrí­a sido otro si hubiera seguido esa senda bolivariana que apuntaba a convertirme, en pleno siglo XXI, en la versión mulata de Manuelita Sáenz, el gran amor del Libertador Simón Bolivar.

 
La verdad, no habrí­a sido un mal negocio: Caracas no es Madrid pero también tiene lo suyo y yo, en vez de ser una inmigrante a la que «hay que aniquilar», a juicio de cualquier aprendiz de fascista autóctono, serí­a la Primera Dama más joven de la región. Vamos, la Letizia venezolana, bueno colombiana, que para el caso da igual porque venimos del mismo padre, de Simón, que no de Colón, que eso quede claro. Oye, visto lo visto suena muy atractivo!
 
Por un lado, tendrí
a residencia garantizada en el Palacio de Miraflores en pleno centro de Caracas. Que es un buen vividero; yo lo conozco y está muy bien. Habrí­a que cambiar un par de cositas de la decoración pero eso no me preocuparse porque plata es lo que hay y como a Hugo Rafael le gusta botarla en cualquier tonterí­a distinta a resolver la profunda crisis de inequidad e injusticia social que mantiene en la pobreza a millones de venezolanos, ¡pues yo encantada! Así­ las cosas, no tendrí­a que pensar, como lo hago ahora, dónde carajo voy a vivir el próximo año o los siguientes ante la falta de oportunidades laborales que aquí­ padezco, uy, se me escapó. Ese tema, el de la vivienda, perdón que me disperso mucho, estarí­a más que resuelto con el talante democrático que caracteriza a Chávez: a partir del 2 de diciembre podríamos quedarnos de manera indefinida gracias a esa adorable reforma constitucional que será votada ese dí­a y que le permitirí­a ser reelegido para siempre. Tan majo…

Trabajo tendría en lo que quisiera, que para eso en los Últimos áños, Venezuela ha sido modelo de pluralismo informativo y de libertad de expresión en todo lo relacionado con medios de comunicación en América Latina. Serí­a dueña y señora de Telesur, de la Televisora Venezolana Social, el ente que surgió tras el aberrante cierre de Radio Caracas Televisión, o podrí­a convertirme en la presentadora oficial de los interminables espacios dominicales mejor conocidos como Aló Presidente.

Ganaría el salario que me corresponderí­a por mis capacidades personales, o no. Al fin y al cabo, estarí­a, como miles de personas en Venezuela, enchufada por mi cercaní­a con Hugo Rafael y bastaría con que apoyara ese embeleco de revolución bolivariana para ganar indulgencias y ascender en la escala social, económica y polí­tica de un paí­s donde las autoridades desprecian y hasta persiguen la opinión contraria. Amordazar al opositor en vez de debatir, que mejor así­, que no hay tiempo para ocuparse de esos que no tienen la grandeza de entender el liderazgo histórico del coronel golpista.

Claro que con esa oposición tan coherente en Venezuela … ¡Que Dios nos coja confesados! En fin, yo de qué me preocupo, estando en la cúspide del poder, ¿por qué ocuparme de los problemas de desempleo, inseguridad y hasta hambre fí­sica de la mayorí­a?
 
Yo, vestida con modelitos de color rojo, el de la revolución, para hacer juego con  el monocromático vestuario de Hugo Rafael, y claro, ataviada con boina para mayor sex appeal, acumularía millas sin fin viajando en el puente aéreo Caracas – La Habana por lo menos una vez al mes. Castro serí­a el faro, luz y guía de la pareja y el Che Guevara, inspirador oficial del romance. Juntos diseñaríamos estrategias para fortalecer la democracia de nuestros pueblos y generaríamos espacios de participación ciudadana para que los ciudadanos puedan votar con libertad en pleno ejercicio de sus derechos políticos sobre la base de un socialismo revolucionario único en el mundo. Es decir, poco más o menos como lo que hoy se hace. Seríamos invencibles y ni siquiera el diablo de Bush podrí­a contra nosotros, contra el capitalismo ni un paso atrás… ¡Patria, socialismo o muerte!
 
Por las noches, y recreando la elegancia y el glamour de Letizia, acompañarí­a al gobernante a las cenas con esos reconocidos defensores del estado de derecho con los que suele reunirse Hugo Rafael, entre ellos el presidente de Irán, í­ntimo, íntimo de la familia. Para no ofender la sensibilidad democrática y libertaria del comensal, me cubriría la melena con un casto pañuelo, eso sí­, por supuesto de color rojo. ¿Qué más se puede pedir?.
 
Eso sí­, sacaríamos a España y a ese pesao del Rey de nuestra lista de amigos porque atreverse a mandar a callar a quien es tan comedido para expresarse, es todo un despropósito. Qué grave error cometió el señor mataosos al enfrentar al líder mesiánico más inquebrantable de los tiempos modernos: está garantizado que no habrá poder humano que calle al dolido Hugo Rafael, que se marchó de Chile con el rabo entre las patas, perdón, quise decir piernas, y más  envenenado que nunca, llevado de los mil demonios.
 
Ahora esta respirando por la herida, ataca y seguirá rabiando por tiempo indefinido porque lo suyo es eso, cuestionar lo incuestionable, amenazar y, sin temblarle la mano rayar una vez más en la ilegalidad para salirse con la suya y, por qué no, por ejemplo, revisar los contratos de las empresas españolas. Que este clavo se lo saca de la profundidad más oscura de su alma, yo lo conozco y les garantizo que esto no se queda así­.
 
Ese hombre vengativo y rencoroso, ese ser que no tiene escrúpulos y no conoce lí­mites a la hora de hacer su voluntad y de convertir en verdad única y absoluta la mentira más grande, es el que me hací­a ojitos hace tantos años. Ha cambiado, pero no para bien. Hugo Rafael se ha convertido en un individuo cada vez más poderoso con todo el peligro que eso supone. Nadie podrí­a aventurarse a señalar el final de su era, tal vez el 2021, como él mismo ha anunciado, y lo que es peor, no creo que exista el analista capaz de establecer las nefastas consecuencias que su interminable gobierno, aun democrático duélale a quien le duela, dejará en la estructura social, polí­tica y económica de su paí­s.
 
Tras cansarme de ir a Venezuela entre 1999 y 2005, fui testigo de la fractura, a mi juicio irrecuperable, de la sociedad de esa nación. Vaticino lo peor y creo que me estoy quedando corta. Queda bastante y no hay que perder la capacidad de asombro. Chávez, el mismo que yo seducí­a con mis preguntas en ruedas de prensa, es uno de esos sujetos que tienen la increí­ble cualidad, talento o aptitud, llámenlo como quieran, de reinventarse una y otra vez sin temor a repetir sus mismos errores y a profundizarlos hasta dejarlos sin reversa.

Hoy vivo en un paí­s en el que no me siento, del todo, adaptada ni acogida, no tengo trabajo estable ni futuro garantizado, pero estoy convencida de que mi trayectoria como Manuelita Sáez hubiera estado condenada al fracaso. El poder para mí­ nunca ha resultado atractivo.
 
Lo único que lamento de esa fallida etapa de mi vida fue mi incapacidad para ayudar a las familias de muchos secuestrados colombianos que pensaban que a través de mi supuesta cercaní­a con Chávez habí­a una posibilidad de convencerle de que mediara ante las FARC a favor de sus seres queridos. Hoy, cuando Hugo Rafael es facilitador autorizado de ese proceso, aún no me siento convencida de sus posibilidades de llevarlo a feliz término. No tengo tan claros los vínculos que le atribuyen con las FARC, pero esa es otra historia.