Ojos que no ven

Lope Agirre

“Ojos que no ven” es la terrible historia que nos cuenta J. Á. González Sainz.

Podía haber sido escrita, aunque de otra manera, por muchos de los miles de emigrantes (o, en su defecto, por alguno de sus descendientes) que, en una época determinada, vinieron al País Vasco buscando un trabajo digno y, en consecuencia, mejores condiciones de vida para los suyos. Fue una época de cambios bruscos, no asimilados, o no asimilados completamente, que plantaron la semilla del bienestar actual, pero también la planta del veneno que nos corroe y que no nos da sosiego ni tregua, ni paz. Un hombre, imposibilitado para poder seguir trabajando en su tierra natal, llega a un pueblo vasco, cuyo nombre no se especifica. Encuentra un empleo en la industria, compra una casa en un horroroso bloque de viviendas, todas iguales, e intenta salir adelante. Al final, la maldita crisis lo retirará de la fábrica, y volverá a su pueblo. Mientras tanto, o en ese intermedio, será testigo, no consciente del todo, de los cambos que sufrirán uno de sus hijos y su mujer, ambos imbuidos de las ideas radícales.

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